Préstame atención

Capítulo 4


El almuerzo del lunes tenía una pausa de casi una hora.

Tras terminar de comer, el patio del colegio se llenó de alfas inquietos corriendo por todas partes, y un grupo de betas y omegas se arremolinaba alrededor, animando y gritando. Las voces se escuchaban incluso desde los salones.

Jiang Yao, sin mucho apetito, fue al comedor por algunos bocadillos. Luego se dedicó a pasear sin rumbo fijo por el campus, intentando familiarizarse con su nuevo entorno.

La muralla del Instituto N.º 1 era más baja que la del Instituto N.º 8, lo cual le llamó la atención. Algunas zonas ya estaban cubiertas por enredaderas, tal vez porque allí no se daban tantos casos de estudiantes rebeldes saltando los muros.

Pensó que sería útil tener esa información. Quizá en algún momento saldría por ahí para cenar. En la calle detrás de la escuela había bastantes restaurantes pequeños que, sin duda, eran mejor opción que la cantina.

Doblando una esquina, se topó con un pequeño bosquecillo, algo bastante común en los campus escolares. En su antigua escuela también había uno similar, donde había recibido más de una confesión.

“…Entonces, eso fue lo que hice…”

Una voz apagada llegó desde el interior del bosque.

¿Alguien confesándose?

Por una vez, no era él el protagonista. Intrigado, se acercó con cautela.

Los altos y ordenados árboles formaban una especie de valla natural. Entre las hojas, se podía ver apenas la escena.

—Fue difícil… Pero el año que viene haré algo mejor para ti —decía alguien, mostrando una bolsa grande mientras sonreía—. ¿Te gusta?

—¿Tú hiciste esto? —preguntó otra voz, más baja y áspera.

—Sí —respondió el primero, visiblemente emocionado—. Quería darte algo especial.

El otro chico sostuvo la bolsa durante unos segundos y luego la dejó caer al suelo.

—No la quiero.

—¿Eh? ¿Por qué?

—No me interesa.

El silencio se instaló en el bosque.

Jiang Yao, aún oculto entre los árboles, frunció el ceño. Iba a marcharse, pero entonces escuchó un susurro apenas audible:

—¿Y si te dijera que… me gustas?

El corazón de Jiang Yao dio un vuelco.

El otro chico no respondió de inmediato. Pasaron unos segundos eternos antes de que hablara.

—No me interesa eso.

—¡Pero yo…!

—No. No me interesa. Y no quiero que vuelvas a hablarme —interrumpió con frialdad.

Jiang Yao escuchó el crujido de pasos alejándose. Luego, un sollozo ahogado.

Ya no pudo quedarse allí.

Salió de su escondite, y al ver al muchacho de pie, aún temblando, lo reconoció: era un estudiante de tercer año, un omega llamado Lu Qi, siempre amable, callado, con buena reputación.

Lu Qi se giró y lo miró.

Ambos se quedaron en silencio por un momento.

Jiang Yao habló primero.

—¿Estás bien?

Lu Qi se limpió los ojos con rapidez, disimulando.

—Sí.

—Lo siento, no quería espiar.

—No importa —dijo Lu Qi, forzando una sonrisa.

—A veces los sentimientos no bastan —añadió Jiang Yao con suavidad.

Lu Qi asintió.

—Gracias por no hacer preguntas.

Jiang Yao sonrió apenas y se alejó.

Mientras caminaba de regreso al edificio principal, no pudo evitar pensar en lo fría que había sonado esa voz.

Y en lo familiar que le resultó.

Esa misma tarde, Jiang Yao volvió al aula para dejar unos libros que había prestado.

Al entrar, se encontró con Yin Che recostado sobre su pupitre, dormido.

Era la primera vez que lo veía tan quieto, sin esa tensión constante en los hombros, sin esa actitud desafiante.

La luz del atardecer entraba por la ventana, proyectando sombras cálidas sobre su rostro. Se veía tranquilo, casi vulnerable.

Jiang Yao se detuvo, sin querer hacer ruido.

Se quedó allí unos segundos, observándolo.

Recordó lo que había escuchado en el bosque. La voz que había rechazado con tanta frialdad… sonaba igual que la de él.

No podía asegurarlo, pero algo en su interior le decía que sí.

Y entonces, sin saber por qué, dio un paso más cerca.

Justo en ese momento, Yin Che abrió los ojos.

Sus miradas se cruzaron.

El silencio fue inmediato, tenso. Jiang Yao sintió que lo atrapaban en un campo magnético. No podía moverse.

—¿Cuánto tiempo llevas ahí? —preguntó Yin Che en voz baja, aún sin incorporarse.

—Solo un momento.

—¿Me estabas mirando?

—No era mi intención.

—¿Por qué no te vas?

Jiang Yao pensó un segundo antes de responder:

—Tal vez… porque quiero entenderte.

Yin Che frunció el ceño.

—No hay nada que entender.

—Eso lo decidiré yo.

—¿Te crees especial o algo así?

—No. Pero tampoco tú eres tan distinto como crees.

Yin Che se incorporó de golpe.

—No sabes nada de mí.

—Podría saberlo, si dejaras que alguien se acercara.

Yin Che lo miró fijamente. Su expresión era una mezcla de sorpresa, furia contenida y… miedo.

Entonces, se giró sin decir más y salió del salón.

Jiang Yao se quedó allí, solo.

Sin moverse.

Sin arrepentirse.


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *