Mercader perezoso número uno del mundo de las bestias
Capítulo 5
La pequeña bestia estaba completamente cubierta de hollín y aún tenía rastros del huevo del nido de ave del árbol de la noche anterior, pero no parecía abatida en lo más mínimo. Aojia se acercó y se agachó junto a ella.
Rong Mingshi retrocedió unos pasos y se sacudió la ceniza de las patas. Estaba un poco desconcertado al ver que el hombre había regresado. Aún vestía la ropa desgarrada por las garras del dragón y manchada de sangre, pero su rostro estaba limpio.
Solo entonces, Rong Mingshi pudo ver con claridad su rostro. La noche anterior, cubierto de sangre, no distinguía sus rasgos. Ahora, con la cara limpia, revelaba una apariencia definida y atractiva. A pesar de las ropas rotas, su porte seguía emanando autoridad y frialdad.
Cuando se agachó, Rong Mingshi pensó que quería atraparlo, y sus patas se tensaron. Aojia notó la reacción de la pequeña bestia y esbozó una leve sonrisa. Extendió su mano y le preguntó:
—Me llamo Aojia. ¿Y tú?
Una pregunta tan directa… Rong Mingshi no sabía cómo responder. No podía hablar en su forma animal.
Había sido llamado Rong Mingshi en su vida pasada, pero en esta, como hombre bestia, nunca le dieron un nombre. El duque, a quien supuestamente debía llamar padre, lo había entregado directamente a un robot ama de llaves, que siempre lo llamó “Maestro”. Nunca lo llamó por un nombre.
Aunque podía entender el lenguaje humano gracias a las enseñanzas del robot, en su forma actual no podía hablar. ¿Quizás lo lograría si alguna vez recuperaba su forma adulta?
Aojia comprendió que este pequeño leopardo, solo en una estrella remota, probablemente había sido abandonado. Quizás por su condición o por tener un defecto. En el Imperio, todos los hombres bestia recibían piedras de energía básicas gratuitas y tenían acceso a aprendices de tallador sin costo. Sin embargo, al examinarlo, no detectó ninguna piedra de energía en él.
Solo había una explicación: fue abandonado.
Aunque el abandono estaba penado, era difícil de probar. Aojia no lo juzgaba. En cambio, extendió su mano con calma y dijo:
—¿Quieres venir conmigo?
Rong Mingshi lo miró fijamente. No sabía si el robot ama de llaves volvería algún día, ni si era seguro ir a la capital imperial. Había vivido toda su nueva vida con ese robot, que, aunque frío, lo había criado. Si lo dejaba atrás, tal vez jamás lo reencontraría…
Aojia añadió con voz grave:
—Esta estrella está clasificada como desierta. Aunque ahora el clima es estable, pronto habrá una llamarada solar. El núcleo del planeta se derretirá y todo será destruido…
El rostro de Rong Mingshi se tornó rígido. Extendió una de sus patas delanteras y la apoyó sobre la mano de Aojia.
Aojia, satisfecho, sostuvo con suavidad la gruesa garra, cubierta de ceniza, y lo alzó en brazos.
Los guardias observaron en silencio. “Señor… ¿realmente va a llevarse al pequeño leopardo?”
Aunque la llamarada que mencionó no ocurriría hasta dentro de medio año, Aojia no pensaba dejar solo al pequeño. Mientras lo levantaba, Rong Mingshi giró la cabeza hacia el hoyo donde había estado su huevo asado, lamentando no haberlo terminado.
Aojia, notando su mirada, recordó cómo había luchado por morder ese huevo. Sosteniendo al leopardo con una mano, extendió la otra y recogió el huevo semiasado.
Rong Mingshi se relajó satisfecho. Ya que este hombre lo llevaba consigo, seguramente lo alimentaría mejor.
Al llegar al avión, Aojia lo llevó directamente a su habitación y ordenó que llamaran al médico. El pequeño leopardo se tumbó sobre la mesa y observó todo con curiosidad. Este avión era mucho más avanzado que el del robot.
El médico entró y quedó sorprendido:
—¿Señor?
—Examina a esta criatura —ordenó Aojia.
El médico se inclinó para observar. Tras unos minutos, dijo:
—Este pequeño leopardo es especial. Necesito hacerle exámenes más profundos.
Aojia asintió y lo colocó en el suelo. Aunque al principio se revolvió, pronto siguió al médico por su cuenta.
Mientras caminaban, Aojia lo acompañó, igualando su paso. Parecían un padre y su hijo.
—Señor, su ropa… sigue rasgada… —murmuró uno de los guardias.
En la sala de exámenes, tras varias pruebas, el médico frunció el ceño.
—Señor, este pequeño leopardo no es un cachorro. Es un adulto joven, pero parece estar en un estado de regresión mental por la manía. El patrón es raro… nunca he visto uno así.
Aojia lo observó en silencio. Aunque su cuerpo mostraba signos de manía, sus ojos eran claros, sin rastro de pérdida de conciencia.
—¿Hay algo más?
—No puedo determinar el origen con exactitud. Quizá por trauma cerebral o estimulación intensa. Podría mejorar con una piedra de energía adecuada.
—Entonces busquémosla —ordenó Aojia—. Tráiganle piedras.
El médico trajo una caja con piedras de bajo y medio grado. El pequeño leopardo las olfateó, pero no reaccionó. Al probarlas, ninguna surtió efecto.
—Tal vez… ¿las de alto grado? —sugirió con duda el médico.
Aojia asintió. Le trajeron piedras de energía sólida, pero aún así, nada.
—Ninguna es compatible —concluyó el médico.
Aojia frunció el ceño. Miró al pequeño leopardo que, sereno, lo observaba. En ese momento, tomó una decisión:
—Vamos a AUT-3.
El médico quedó perplejo.
AUT-3 era una estrella propiedad privada del comandante, y contenía una mina entera de piedras de energía.
¿Iban a buscar una piedra solo para este pequeño leopardo?