Diario postmatrimonial de un lindo ratón

Capítulo 1


La montaña Yanshan se encuentra en el suroeste de Huaguo y se extiende por miles de kilómetros, abarcando varias provincias importantes de esa región.

Esa mañana, una densa niebla cubría las cumbres como capas de algodón, ocultando el escarpado sendero bajo los pies de los viajeros.

Especialmente para Su Wu, que caminaba entre sollozos.

—Ve al mundo humano, acumula méritos y obtendrás más poder —la voz anciana del gran pino aún resonaba en sus oídos. Al recordarla, Su Wu lloró aún más, su cuerpo temblaba tanto que por poco rueda montaña abajo.

El gran pino era un espíritu arbóreo con cientos de años de cultivo. Prácticamente lo había criado. Desde que tenía memoria, Su Wu había vivido en el hueco del tronco del árbol, alimentándose de piñones. El gran pino lo enseñó a cultivar, a transformarse en humano.

Él creía que siempre viviría junto al gran pino hasta que, tras muchos años, sus cuerpos volvieran al polvo.

Pero menos de un año después de su transformación, el gran pino lo echaba de la montaña.

Siempre había sido amable. Incluso cuando Su Wu cometía errores, solo lo regañaba levemente. Pero esta vez, por más que suplicó, el gran pino se mantuvo firme y terminó diciéndole con severidad:

—Si no te vas, considérame enemigo. Si vuelves a poner un pie en mi territorio, te atacaré.

En la naturaleza, las palabras “territorio” y “enemigo” son graves. Entre los espíritus, invadir un territorio sin permiso es una declaración de guerra. Incluso los padres e hijos pelean por sus dominios. Alguien debe rendirse, huir o morir. No hay otra opción.

Su Wu finalmente entendió que el gran pino hablaba en serio. Se limpió los ojos, tratando de contener las lágrimas.

Era distinto a las demás ardillas voladoras del bosque: su pelaje era blanco como la leche, con algunas vetas gris plateadas. Parecía una bolita brillante, suave y resplandeciente. Sus grandes ojos oscuros resaltaban aún más con su color claro, y sus labios rosados le daban un aire adorable.

Cuando era pequeño, su apariencia lo hacía ver diferente. Las otras ardillas lo rechazaron, su madre no lo reconoció como hijo y lo abandonó.

Moribundo y hambriento, fue rescatado por el gran pino, quien lo crió con dedicación. Por eso, aunque le dolía profundamente, Su Wu no quería enemistarse con él. Al final, partió con lágrimas en los ojos.

Al transformarse en humano, su apariencia conservó ciertas características: ojos grandes y brillantes, como delineados naturalmente, rostro pequeño, labios rosados como flor de durazno. Para no parecer tan infantil, el gran pino siempre usaba magia para mantenerle el cabello corto. Llevaba ropa de manga larga hecha con piel, de estilo algo anticuado, pero para Su Wu, que nunca había bajado la montaña, era suficiente.

Estaba apegado tanto al gran pino como a la montaña. Quería llevarse todo lo que amaba: agujas de pino, piñas dulces, bayas. El gran pino, al ver que accedía obedientemente, suavizó su tono y le dio varias instrucciones: no mostrar su forma real ante humanos, no revelar su fuerza, y si lo deseaba, podía decir que era discípulo del maestro Qingshan, un cultivador humano.

También le entregó una bolsa mágica y tres frutas doradas.

—Esta bolsa la dejó el maestro Qingshan. Puede contener muchas cosas sin volverse pesada. Y estas frutas… pueden devolver la vida a los muertos. No las muestres ante otros, a menos que vayas a salvar a alguien verdaderamente justo. ¿Me entendiste?

—Sí… lo entendí… —respondió Su Wu entre sollozos, sujetando la bolsa y las frutas.

La bolsa era una tela blanca suave, de aproximadamente un metro y medio por lado. Aunque parecía simple, tenía una capacidad extraordinaria y no pesaba nada.

Su Wu empacó sus pertenencias en el hueco del árbol donde vivió por años. Mientras descendía por la montaña, cada vez que veía algo familiar, lo guardaba en la bolsa, sin dejar de llorar.

El cielo comenzaba a aclarar, y la niebla se disipaba poco a poco.

Con los ojos hinchados, Su Wu desenterró un pequeño arbusto con bayas, lo envolvió en hojas y lo guardó. Justo en ese momento, escuchó una serie de estruendos lejanos, seguidos por gritos y rugidos humanos.

Después del primer estruendo, los pájaros del bosque alzaron vuelo asustados.

Su Wu frunció el ceño. Su instinto de animal le decía que algo pasaba. Normalmente habría evitado a los humanos, pero recordó las palabras del gran pino. Dudó, dio unos pasos y, de repente, abrió los brazos.

Su cuerpo fue elevado por el viento, como si desplegara un par de alas invisibles.

Esa era la habilidad natural de las ardillas voladoras. Aunque Su Wu ahora tenía forma humana, aún conservaba esa capacidad, ahora potenciada por su cultivo.

Con los brazos extendidos, una membrana espiritual conectaba sus extremidades, permitiéndole planear con gracia desde la copa de un árbol hasta el lugar de los ruidos.

—¡Capitán! ¡Capitán, aguanta! ¡El helicóptero llegará pronto! —gritaba Meng An, presionando con desesperación una herida en el cuello de Yan Feiang.

Alrededor, varios agentes esposaban a un grupo de narcotraficantes. Algunos, al oír el llanto de Meng An, pisaban con más fuerza a los detenidos, como si quisieran descargar su rabia.

—¡¿Cuánto falta para el helicóptero?! —gritó Meng An con desesperación.

—Está muy lejos… puede tardar más de diez minutos —respondió uno de sus compañeros, sintiendo que algo le oprimía el pecho.

Para alguien que sangra por una arteria, diez minutos pueden ser la diferencia entre vivir y morir.

Uno de los oficiales reprimió un sollozo. Solo llevaban medicamentos básicos, insuficientes para salvar a Yan Feiang.

El líder de los narcotraficantes, esposado contra el suelo, soltó una risa ronca. Al intentar hablar, recibió una patada brutal en la mandíbula que le impidió seguir.

Su Wu los observaba desde la copa de un árbol cercana. Tenía excelente visión, y desde ahí pudo ver claramente al hombre herido en el suelo, cubierto de sangre.

A pesar de su rostro pálido por la pérdida de sangre, sus facciones seguían siendo impresionantes: cejas negras y definidas, mandíbula firme, y labios delgados. Incluso inconsciente, su belleza era tal que Su Wu casi olvidó apartar la mirada.


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