Cómo enamorarse del villano
Capítulo 9
—¿Cómo puede ser esto? —murmuró Jiang Yu, desconcertado—. ¿Qué tan rara puede ser esta hierba de espinas doradas?
Si no podía conseguirla, entonces curar a Mu y hacer que fuera aceptado por la tribu se volvería casi imposible. Tendría que idear otro camino para cambiar la visión que todos tenían de él.
—No es rara —respondió Ya Qi, dudando.
Eso animó un poco a Jiang Yu.
—¿Cómo que no?
—En realidad, hay mucha alrededor de la tribu. Más que de otras hierbas. Pero… —Ya Qi hizo una pausa—. Toda la hierba de espinas doradas crece dentro de los nidos de las bestias del mismo nombre. Los animales de espinas doradas son normalmente tranquilos, pero si un cambiaformas o una quimera se acercan a su guarida, se vuelven salvajes. Sus ataques son brutales, incluso letales. Nadie se atreve a molestarlos.
—¿Y no los cazan?
—No. Su carne no es buena para comer, y sus espinas no tienen mucho uso. Como la hierba tampoco es vital para curar enfermedades, nadie se arriesga. Por eso, casi nadie la recoge.
Jiang Yu se desanimó. Pero había algo en la explicación que no le cuadraba.
—¿Y qué pasa con las hembras? —preguntó de repente—. ¿También las atacan?
Ya Qi lo miró, confundido por la pregunta.
—No, ellas no. Las espinas doradas son muy dóciles con las hembras. Incluso hay casos en que algunas se han sentado sobre una sin que pasara nada.
La expresión de Ya Qi cambió al instante.
—Ah Yu… no estarás pensando en ir tú solo, ¿verdad?
—¡Claro que no! ¡Ni loco! —rió Jiang Yu, desviando el tema rápidamente.
Ya Qi se relajó al escucharlo y no insistió más. Pronto, Jiang Yu hizo unas preguntas «inocentes» sobre cómo lucían las espinas doradas, dónde crecían exactamente, y luego fingió que debía irse.
Tenía claro lo que debía hacer: conseguir esa hierba fuera como fuera.
Sabía que no podía ir solo. Aunque su cuerpo parecía el de una niña pequeña, en realidad no tenía fuerza, y en el bosque, fácilmente se convertiría en la cena de cualquier bestia salvaje.
Además, necesitaría la ayuda de Ya Qi o del médico para reunir las otras hierbas.
Pensando en todo eso, fue directamente a casa del médico de la tribu, el tío Ya Suo.
Cuando entró, fue directo al grano.
—Tío Ya Suo, quiero conseguir la hierba de espinas doradas para Mu.
El hombre se quedó boquiabierto. No entendía cómo ese niño, que solía ser mimado y holgazán, ahora hablaba con tanta seriedad.
—¿Estás bromeando? —preguntó, frunciendo el ceño—. ¿Cómo esperas ir al bosque a recolectar hierbas? ¡Apenas eres un niño!
—¡No soy tan débil! —insistió Jiang Yu—. Solo quiero mejorar la salud de Mu. No seré imprudente, lo juro.
Incluso se agachó, abrazándole la pierna con fuerza.
—Tío, te lo ruego. ¡Si veo peligro, saldré corriendo! ¡Prometo que no haré locuras!
Se señaló la cara con total seriedad.
—¿Ves esto? ¡No es una cara que quiera morir!
Ya Suo le dio un golpe cariñoso en la cabeza.
—Ve a casa. Si te encuentras una bestia, no basta con huir. Hay que saber cómo protegerse.
—¡Por eso necesito que Mu me acompañe! —replicó Jiang Yu con rapidez—. Él es fuerte. Además, la hierba crece cerca de la tribu, no en lo más profundo del bosque.
Pausó, bajando un poco la voz.
—Además… tú sabes que las espinas doradas no atacan a las hembras.
Mientras decía eso, cada palabra le sabía amarga. Fingir que era una “niña” era lo peor. Pero era por una buena causa.
Hizo una expresión inocente, casi suplicante.
Ya Suo lo miró largo rato, y al final, suspiró con resignación.
—Está bien, pero solo si Qi va contigo la primera vez.
Jiang Yu asintió de inmediato.
—¡Hecho!
Con eso, sintió un alivio inmenso. El plan estaba en marcha. Solo faltaba convencer a Mu.
Al llegar a la casa de Mu, lo encontró limpiando la carne de una bestia que acababa de cazar.
—Ven conmigo mañana al bosque —dijo sin rodeos.
Mu levantó la mirada. Su expresión era tan gélida que hizo temblar a Jiang Yu. Pero se mantuvo firme.
—Tendrás que venir dos veces al mes. Es orden del médico de la tribu. Así que, no tienes elección.
Mu lo miró con ojos afilados. Luego, sin decir nada, le lanzó un trozo de carne ensangrentado que le dio de lleno en la cara.
Jiang Yu se quedó paralizado. La carne chorreaba sangre por su rostro.
Tardó un buen rato en reaccionar. Se la quitó con dedos temblorosos, y luego, en un ataque de indignación, se la devolvió a Mu, tirándosela a los pies.
—¡Mañana vendré por ti! ¡Prepárate!
Y huyó.
Detrás de él, Mu soltó una risa seca, una que helaba la sangre. Sus ojos eran como hielo afilado.
Jiang Yu corrió hasta el arroyo y se lavó la cara una y otra vez. El olor a sangre le revolvía el estómago. Se sintió asqueado.
¿Cómo puedo, siendo un adulto, temerle así a un niño de siete años?
Trató de convencerse de que era solo una reacción instintiva, pero la sensación de la carne pegajosa no se le quitaba de la mente.
—Qué asco… —murmuró, mientras seguía lavándose sin parar.
Al final, después de limpiar su rostro unas treinta veces, se sentó a la orilla, jadeando.
Sabía que, si hubiera tratado a Mu con amabilidad, quizás se habría evitado eso. Pero no podía arriesgarse. Si se mostraba demasiado considerado, Mu lo rechazaría. Su dignidad no le permitiría aceptar favores.
Así que decidió mantener una actitud arrogante. Así, al menos, se aseguraría de que Mu cooperara.
No importaba si lo odiaba. Lo importante era lograr su objetivo.
Al día siguiente, bien temprano, alguien tocó la puerta.
—Mi papá me dijo que te acompañe al bosque —dijo Qi, sin expresión.
—¡Baja la voz! —susurró Jiang Yu desesperado.
Sus padres no sabían nada de su plan. Si se enteraban, seguramente lo castigarían. Tenía que salir sin que nadie lo notara.