Carro de panqueques

Capítulo 20


Huang Hai echó un vistazo al armario y le dio un codazo a Di Zang.

Pero este no se apartó ni un centímetro.

—¿Entonces estamos bien?

—¿Qué? —Huang Hai intentó zafarse, pero ese pecho firme no cedía ni un poco.

—Vamos a hacerlo.

—¿Hacer qué? —se atragantó Huang Hai, y gruñó—. ¿Qué pasa con tu chino desordenado?

—Dame un beso —dijo Di Zang, mientras sus ojos azules se deslizaban hacia abajo, fijos en él.

Lo acorraló, apoyando una mano contra el armario. Lu Lu, que estaba dentro, saltó del susto.

Las hormonas de ese hombre estaban fuera de control. No era de extrañar que Huang Hai dudara; si él estuviera en su lugar, ¡tampoco lo resistiría!

Desde dentro del armario, Lu Lu oyó claramente cómo los de afuera comenzaban a besarse. La voz de Huang Hai, ahora suave y nasal, se oía entre gemidos ahogados:

—Ge… no puedo… no me lamas… quiero irme a casa…

Era su primer beso, y Huang Hai ya estaba fuera de sí. Lu Lu negó con la cabeza sin poder hacer nada.

—¿A casa? —susurró Di Zang, jadeando mientras lo sujetaba—. Tu casa está aquí, en mis brazos.

Lo que siguió fue un intercambio de besos húmedos e intensos. Los gemidos de Huang Hai se volvieron cada vez más pasionales. Lu Lu nunca imaginó que pudiera emitir sonidos así; parecía otra persona completamente distinta de aquel tipo arrogante que conocía. Escucharlo casi lo dormía.

—¿Te sientes débil? —Di Zang preguntó—. Ven, abrázame.

Huang Hai sintió que perdía toda dignidad. Sabía que Lu Lu estaba dentro del armario, pero aun así dejó que la lengua de Di Zang entrara en su boca.

—No puedo… no tengo fuerzas en los brazos…

—¿Vamos a la cama?

La voz de Huang Hai se volvió apenas un susurro:

—¿Confías en tu buena apariencia y habilidades orales para seducir a un pobre chico e irte a la cama?

—¿Habilidades orales? —Di Zang besó la comisura de sus labios, burlón—. ¿Quieres que te muestre lo que realmente son?

Lu Lu negó con la cabeza nuevamente. Ahora estaba seguro: entre los dos, Di Zang tenía el peor nivel de chino.

El sonido de sus ropas rozándose llenó la habitación. Entre murmullos, de pronto, Huang Hai gritó:

—¡Tú… eres un maldito burro!

—¿Eso es un elogio? —Di Zang entrelazó sus dedos con los de Huang Hai y susurró—. Es solo cuestión de acostumbrarse…

—¡Mierda! —Huang Hai se derritió como gelatina, cayendo al suelo, incapaz de sostenerse.

Lu Lu, viendo que su amigo ya no podía más, dio una fuerte patada a la puerta del armario y salió, sin miedo.

Di Zang lo miró, sorprendido.

—Ah, es la cuñada.

Lu Lu, que había salido con intención de reprender, se quedó inmóvil al oír eso.

—¿A quién estás llamando?

—Xiao Hai debió habértelo contado —Di Zang mantenía a Huang Hai entre sus brazos—. Yin Liang es mi hermano menor.

—Oh… —la mente de Lu Lu dio un giro—. Entonces, Hai-zi, sigue con lo tuyo. Me voy. Si necesitas algo, mándame un mensaje por WeChat.

—¿Qué? ¡No, Lu-ge! ¡No me dejes con el crisantemo en peligro! ¡Tengo miedo al dolor!

Al verlo al borde de las lágrimas, Di Zang le acarició la cabeza con sus grandes manos.

—¿De qué tienes miedo, pequeño? No soy un animal. Solo compartimos un momento íntimo.

Al escuchar eso, Huang Hai se tranquilizó y dejó de impedir que Lu Lu se marchara. Le hizo un gesto con la mano para despedirse.

Todos ellos eran el tipo de personas que elegían al amor por encima de la amistad, así que no podían juzgarse entre sí. Lu Lu le dedicó una dulce sonrisa a Di Zang y cambió su tono:

—Ge, me voy entonces.

Al salir de la casa de Huang Hai, Lu Lu sintió una extraña picazón en el corazón. Sacó su teléfono y llamó a Yin Liang.

—¿Hola? ¿Dónde estás…? Te extraño… Han pasado dos horas… Mm, mm, ven entonces… Ah, y anhelo una piruleta…


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