Carro de panqueques

Capítulo 18


Los labios de Lu Lu estaban enrojecidos y un poco lastimados.

Estaban húmedos, pegajosos, dulces, y bajo la suave brisa marina, se hinchaban levemente.

Después de salir de la playa, fueron a una farmacia. Mientras Yin Liang entraba a buscar un ungüento, Lu Lu se quedó afuera, sentado sobre la bicicleta.

El camino frente a él estaba bordeado por dos zanjas anchas, donde se llevaban a cabo obras de instalación de tuberías. Desde la encrucijada apareció Huang Hai montado en su bicicleta. Al verlo, gritó:

—¡Lu-ge!

Lu Lu miró hacia la farmacia, luego a él, y con ambas manos le hizo gestos para que se alejara.

—¡Hermano, estoy en un lío enorme! —gritó Huang Hai mientras frenaba con un chirrido junto al canal. Su rostro estaba enrojecido—. ¡Ven acá! Tengo problemas con los chicos, ¡necesito consejo!

«¿Consejo, tu trasero?», pensó Lu Lu, irritado. Quería regañarlo, pero temía que Yin Liang lo escuchara, así que solo le lanzó miradas urgentes para que se marchara.

Huang Hai, como si fuera nuevo en esto, se quedó ahí, confundido, sin captar las señales. Tenso, gritó aún más fuerte:

—¡¿Por qué sigues ahí parado?! ¡Te dije que vengas!

Justo entonces, Yin Liang salió de la farmacia. Al levantar la vista y ver a Huang Hai, su rostro se ensombreció.

Lu Lu, alarmado, apretó el manillar con fuerza. Huang Hai, con la boca entreabierta, se quedó congelado en su sitio.

—Huang Hai —frunció el ceño Yin Liang, lanzando la bolsa del ungüento en la canasta de la bicicleta—, ¿cómo te atreves a seguir viniendo a buscarlo?

—¡Él es mío! —balbuceó Huang Hai, mirando a Lu Lu—. Por supuesto que puedo buscarlo cuando quiera…

Pero esta vez, Yin Liang actuó diferente. Se notaba decidido, como si fuera a pelear. Cuando estuvo a punto de saltar sobre el montón de tierra excavada para enfrentar a Huang Hai, Lu Lu lo sujetó rápidamente.

Yin Liang gritó con firmeza:

—¡Huang Hai, escúchame bien! Lu Lu ahora está conmigo. No vuelvas a buscarlo.

Lu Lu lo miró con asombro, con el corazón rebosante de una dulzura jamás experimentada.

Huang Hai se quedó atónito. Tragó saliva y, manteniendo su papel, gritó:

—¿Alguna vez te has acostado con él? Si no es así, ¿por qué afirmas que es tuyo?

Ante eso, Lu Lu arrojó la bicicleta al suelo con un golpe, tomó a Yin Liang de la mano y, con voz temblorosa, exclamó:

—Huang Hai, hoy voy a aclarártelo. Siempre me arrepentí de lo que hice contigo…

Yin Liang, temiendo que Lu Lu se retractara, le apretó la mano con fuerza. Para su sorpresa, ese chico tímido habló con decisión:

—Yin Liang y yo estamos juntos. Quiero estar bien con él. No vuelvas a buscarme.

Huang Hai quedó pasmado. ¿Era esto… un éxito? ¡Ese mocoso, Lu Lu, realmente había conseguido amarrar al tipo en un abrir y cerrar de ojos!

Lu Lu le lanzó una mirada significativa, indicándole que terminara con la actuación de una vez y se fuera.

Huang Hai se revolvió el cabello con desesperación.

—Lu Lu, estuvimos juntos tanto tiempo. Me niego a creer que nunca sentiste algo por mí.

Lu Lu volvió el rostro, frío.

—Ya que has elegido, te doy mi bendición —suspiró Huang Hai, enderezando su bicicleta—. Pero no puedes evitar que te ame en silencio… ¡Adiós, mi pequeño ciervo!

Cabalgó contra el viento, suspirando con dramatismo.

Al llegar a la intersección, recibió un mensaje de Lu Lu: «Espérame en tu casa.»

Con una sonrisa satisfecha, Huang Hai pedaleó hasta el departamento que su padre le había comprado en la ciudad.

Media hora después, Lu Lu entró por la puerta. Su expresión molesta y sus labios aún hinchados lo hacían parecer más adorable.

—¿Qué pasa contigo y tu gran pecho?

Huang Hai se estremeció al recordarlo:

—Se me declaró. Dijo que ahora que toqué su pecho, le pertenezco. Joder, me dejó sin fuerzas con sus coqueteos.

—¿Y?

—Si me hubiera quedado más tiempo, habría perdido mi virginidad. Inventé una excusa para escapar.

—¿En serio? —Lu Lu dudó—. Llevan saliendo un montón y nunca has mostrado inclinaciones…

—¡Joder! Ese pecho, esas piernas…

Justo entonces, llamaron a la puerta.

Huang Hai gritó:

—¿Quién es?

Una voz perezosa respondió desde afuera:

—Soy yo.

Huang Hai se levantó del sofá y, haciendo un gesto exagerado con las manos para imitar un pecho enorme, le dijo a Lu Lu:

—¿Gran pecho-ge? —Lu Lu se sorprendió—. ¿Le diste tu dirección?


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