Carro de panqueques
Capítulo 17
Sábado por la mañana, amanecía. Lu Lu corrió hacia la calle arbolada donde siempre vendía panqueques. Yin Liang lo esperaba allí con su uniforme escolar, con el bolso al hombro y montado en una bicicleta roja oscura. Se veía apuesto.
Al ver a Lu Lu desde lejos, pisó el pedal y se acercó rápidamente.
—¿Por qué estás corriendo? Mira, tu cara está roja.
Giró el manubrio y se detuvo justo frente a él. Los rayos del sol se filtraban a través de las hojas, y con esa expresión de anhelo en el rostro, el corazón de Lu Lu latía con fuerza.
—Tenía miedo… de que estuvieras esperando demasiado —susurró.
Yin Liang ladeó la cabeza.
—Sube.
Lu Lu torció la cintura y se subió con cuidado a la bicicleta. Con temor de tocarlo, se sujetó apenas de los costados del asiento. Las calles estaban desiertas. Las ruedas giraban con fluidez y el canto de los pájaros resonaba en sus oídos.
—Lu Lu.
—¿Mm?
—Nada.
Pasado un rato, Lu Lu murmuró:
—Molesto…
Yin Liang no respondió. A la izquierda de la carretera había una pequeña piedra. Con intención, pasó sobre ella. La bicicleta se sacudió y Lu Lu, por reflejo, se inclinó hacia adelante y lo abrazó por la cintura.
Yin Liang sonrió. Y Lu Lu no volvió a soltarlo. Siguió sujetándose firmemente hasta llegar a la playa.
La playa, en esa mañana tranquila de sábado, estaba desierta. Solo ellos dos. Yin Liang estacionó la bicicleta y la aseguró a una baranda junto al mar. Luego extendió su mano y sostuvo los dedos de Lu Lu.
Este, sonrojado, lo siguió sintiendo el calor recorrerle la piel. Se sentaron juntos, hombro con hombro, escuchando el sonido de las olas mientras se quitaban los zapatos. Las piernas de Lu Lu, largas y pálidas, se hundían tímidamente en la arena.
Yin Liang lo ayudó a ajustar los pantalones y luego lo tomó de la mano para caminar por la orilla.
La arena del norte era áspera, cosquilleaba en los pies, pero las olas no los alcanzaban. Lu Lu lo tiró suavemente del brazo.
—No estoy soñando, ¿verdad? ¿Estamos… realmente juntos?
Yin Liang lo miró. El viento inflaba su chaqueta escolar.
—Mm. Novios.
Lu Lu sonrió tímidamente.
—Ah, cierto. ¿Prefieres limón o sandía? —preguntó Yin Liang mientras abría su bolso.
—¿Cuál te gusta?
Yin Liang lo observó.
—El que no te gusta es el que me gusta.
Lu Lu frunció los labios y luego sonrió.
—… Limón.
Yin Liang retiró la envoltura de la paleta de limón y la sostuvo frente a los labios de Lu Lu.
El mar, sus pies descalzos y una piruleta. Lu Lu sintió que era el momento adecuado para que algo ocurriera. Tomando la mano de Yin Liang, sacó la lengua y lamió el caramelo redondo.
Yin Liang lo observaba en silencio, hechizado por la escena. Lu Lu bajó la cabeza y se acomodó el cabello. Luego giró la muñeca y ofreció el caramelo húmedo a Yin Liang.
Este se sintió sin aliento, igual que la vez en que le quitó la camisa a Lu Lu. Ahora, se quitó la suya y la colocó sobre sus cabezas como escudo contra el viento. Bajo esa tenue oscuridad, besó los labios de Lu Lu.
Lu Lu emitió un suave gemido, quedándose quieto mientras lo besaban con intensidad. Yin Liang le sujetó el cuello con firmeza, sin permitirle escapar.
El sonido húmedo de sus lenguas dentro del abrigo se amplificaba: expuesto, nervioso, íntimo.
—Wu… Y-Yin Liang…
Al escucharlo llamarlo por su nombre, y no por el de Huang Hai ni el de nadie más, Yin Liang sintió una oleada de deseo imposible de describir. Lo abrazó con más fuerza, besando su lengua con desesperación.
Un beso con sabor a limón, bajo una brisa que traía el aroma del mar.
Dos jóvenes ignorantes, envueltos en el uniforme escolar, ocultos del mundo, viviendo su momento.
La piruleta, pegajosa y abandonada, cayó de sus manos y rodó sobre la arena, ensuciándose.