Carro de panqueques
Capítulo 14
No había lunar, solo un pezón limpio y de un rosa claro.
Yin Liang estaba perplejo. Aprovechando la oportunidad, Lu Lu se liberó de su agarre y saltó de la cama. No quería que las cosas pasaran así con la persona que le gustaba, ni siquiera habían tenido un abrazo adecuado antes de dar un paso más allá.
Yin Liang seguía congelado en la cama. Al darse cuenta de lo que acababa de hacerle a un chico, se cubrió la boca, conmocionado.
Lu Lu solo pudo fingir estar asustado. Bajando la cabeza y cubriéndose el pecho, murmuró suavemente:
—Quiero irme a casa…
Mientras más se comportaba así, más difícil era para Yin Liang dejarlo ir.
—¿Por qué estabas tan dispuesto cuando estabas con Huang Hai?
—Eso… —Lu Lu se mordió los labios, maldiciendo a Huang Hai en su interior—. Eso no es lo mismo.
—¿Cómo es diferente? —Yin Liang se acercó—. Todos somos hombres. Si él puede hacerlo, ¿por qué yo no?
—No es así —respondió Lu Lu, ahora sintiendo un poco de miedo. Lo miró con ansiedad—. Puedes… hacerme algo, pero… no así.
En ese instante, Yin Liang sintió que el corazón le ardía, como si su pecho fuera a prenderse fuego. En el estrecho espacio junto a la puerta, abrazó a Lu Lu con fuerza, tan fuerte que parecía que iba a devorarlo, sin dejar espacio para escapar.
Lu Lu exclamó en voz baja, derritiéndose en sus brazos. Había anhelado estar así, su corazón latía tan fuerte que parecía que el mundo entero podía oírlo.
Se sentía nervioso, tímido, incluso un poco mareado.
Ambos estaban tan tensos que cerraron los ojos. Sus brazos dolían por la rigidez, y sus respiraciones eran desordenadas, como si estuvieran enfermos.
Lu Lu fue el primero en moverse. Empujó a Yin Liang, luego bajó la cabeza para abotonarse la camisa. Yin Liang le sujetó la muñeca, volvió a abrir el cuello de su camisa y confirmó que no había lunar.
¡Huang Hai lo había engañado! ¡Ese bastardo!
—Este sábado —dijo Yin Liang, abrochándole los botones uno por uno—. ¿No puedes abrir el puesto?
Lu Lu se sorprendió por su repentina ternura. Sintió que el corazón se le derretía. No sabía cómo responder.
—Vamos a la playa —Yin Liang se revolvió el cabello—. Te compraré algodón de azúcar, caracoles de mar, silbatos, piruletas y… rosas.
Lu Lu separó ligeramente los labios, mirándolo embelesado. En realidad, no se había enamorado de la persona equivocada.
Este era el chico que quería, no había nadie más.
—Yin Liang… no estás mintiendo, ¿verdad?
—No miento —respondió él, abriendo la puerta.
—Incluso si Huang Hai y yo… —Lu Lu se estremeció.
—Incluso si lo hiciste con Huang Hai —dijo Yin Liang con seriedad—. Aun así, me gustas.
Esta vez fue Lu Lu quien se arrojó a sus brazos.
Finalmente fue lo suficientemente valiente como para confesarle su amor al chico que le gustaba desde hacía tanto.
—Realmente me gustas. Incluso si todo fuera mentira, ¡aun así querría estar contigo!
Yin Liang no entendió el significado oculto de sus palabras. Le sostuvo los hombros y le alisó el cabello en las sienes.
—Vamos, vamos a preparar el puesto.
Salieron de la habitación y bajaron las escaleras, chocando con alguien en el primer piso. Era un hombre de unos treinta años, con gafas de montura dorada.
—Xiao Liang, ¿trajiste a un compañero de clase a casa?
El hombre no le quitaba la vista de encima a Lu Lu.
Yin Liang lo ignoró y sacó a Lu Lu de allí. Lu Lu notó la mirada extraña del hombre y preguntó:
—¿Quién es él?
Empujando el carrito de panqueques, Yin Liang respondió fríamente:
—El secretario de mi papá.
Eran las ocho de la noche cuando Lu Lu llegó a casa después de vender panqueques. Tras una ducha, se puso su pijama de seda, se sentó en el sofá y levantó el teléfono para llamar a Huang Hai.
La llamada se demoró en ser respondida. Finalmente, una voz temerosa contestó:
—¿Hola? L-Lu Lu…
—Hai-zi —Lu Lu jugaba con el colgante de jade de su teléfono—, escuché que «dormimos un par de veces» y que tengo un lunar debajo del pezón izquierdo, ¿eh?
—¡Joder! —Huang Hai se rindió de inmediato—. ¡Lu-ge, Lu baobei, Lu tú! ¡Me equivoqué, no te hice nada, ¿verdad?!
—Corta la mierda y ven aquí ahora mismo. Veinte minutos.
Lu Lu colgó el teléfono sin esperar respuesta.