Afecto: Llamado del Rey
Capítulo 8
Tras pasar la noche en la cueva, Arthur regresó a ‘La Casa Gosford’ en Cotswold antes de que saliera el sol, pero ese día, cuando la noche se acercaba a las 10 en punto, volvió a visitar ‘La Casa del Bosque’ en Gales.
—¿No habías vuelto a casa al amanecer? —Al ver a su hermano menor entrar al salón, Eugene habló como si lo hubieran tomado por sorpresa, pero Takahito, que estaba sentado en el sofá leyendo, también se sobresaltó e inconscientemente se levantó.
Era la primera vez que Arthur aparecía seguido. Takahito había pensado que a él le gustaba ausentarse dos o tres días. Al mismo tiempo que le pareció inesperado, ver a Arthur una vez más en días consecutivos le resultaba extraño.
Abundante cabello castaño oscuro. Una frente prominente y un puente nasal alto que reflejaba la sangre aristócrata que corría por su cuerpo. Labios fruncidos con un toque arrogante y, otra de sus características: un par de ojos color ámbar con un marcado encanto salvaje.
Al mirar a Arthur, como un reflejo condicionado, los recuerdos del día anterior pasaron por su mente. Takahito, que había escapado de la mansión a altas horas de la noche en forma de lobo, había sido perseguido, como era de esperarse, por Arthur en su forma lupina. Luego se habían reunido y juntos habían corrido por campos nevados. Después, inesperadamente, se encontraron con un ciervo salvaje y cooperaron para cazarlo. Arthur había avanzado y, desde atrás, había obligado a la presa a avanzar. Al ver a Arthur emboscar y morder la tráquea del ciervo, derribándolo, la sangre de Takahito hirvió como nunca antes.
Debido a esa emoción excesiva, sus pies resbalaron y cayó al río. Arrastrado por la corriente de las frías aguas, su conciencia poco a poco se fue desvaneciendo…
Para cuando despertó ya estaba en su forma humana y se encontró en una cueva desconocida. Arthur también había vuelto a su forma humana y, gracias a su explicación, Takahito supo que ese hombre lo había rescatado. Para salvarlo, Arthur había entrado en la corriente fría por voluntad propia.
—Gracias por… salvarme —dudó un momento y luego expresó palabras de gratitud.
—Es la primera vez que persigo un ciervo, pero… estaba realmente emocionado —reveló sin pensarlo, y Arthur se ofreció a enseñarle a cazar.
—Te enseñaré.
—Si no tienes experiencia en cazar, no puedes llamarte un lobo adulto.
Takahito se sintió inmensamente feliz ante la oferta, pues podría recibir lecciones de un lobo Alfa experto.
Luego, el tiempo pasó silenciosamente con una hoguera entre ellos. Al ver el rostro risueño de Arthur y contemplar el fuego reflejado en esos ojos color ámbar, sin darse cuenta, su cuerpo comenzó a temblar y reconoció el «hambre» que sentía en su interior.
Lo siguiente que supo fue que estaba parado frente a Arthur. Dejó caer su manta. Al ver el cuerpo desnudo de Takahito, Arthur jadeó. Takahito se sentó sobre las piernas del hombre.
—¿P-por qué? Este tipo de… hyaa…
—D… det… detente…
La felación que experimentó por primera vez fue tan placentera que nubló su razón.
—La succión es asombrosa.
—..nn..fuu
—¿Se siente bien?
—Sí… bien… bien.
La inserción en su trasero también lo sorprendió grandemente; era el punto más sensible hasta el momento…
Rumiando vagamente las apasionadas acciones en la cueva, Takahito volvió en sí ante la pregunta de Arthur:
—¿Qué te parece?
La cabeza de Arthur miraba hacia Eugene. No parecía que le hablara a él.
—¿Eh? —dijo Eugene sorprendido.
Arthur le dijo irritado:
—El embarazo de Takahito.
—A…aaa —Eugene asintió al recordarlo y luego sacudió la cabeza—. Aún no.
Takahito también estaba preocupado por ese asunto y había pedido confirmación durante la tarde. No había podido quitarse la ansiedad de no saber si había concebido tras haber recibido placer y haber tenido sexo en el que él era quien lo ofrecía.
Sin embargo, esa ansiedad había sido claramente rechazada por Eugene. Al escuchar que no había concebido, se sintió feliz. Aliviado. Pero si hablaba sinceramente, no podía expresar que sus emociones estuvieran 100 % compuestas únicamente de alivio. Se había convertido en un revoltijo de emociones; algo complejo que ni él mismo podía analizar con claridad. Poco a poco, el estado de su propio corazón se volvió desconocido para él.
Separado de su familia, confinado en el bosque de un país extranjero, piel a piel con un hombre lobo británico, sentía que se había vuelto incapaz de notar lo que realmente deseaba. ¿Qué quería hacer a partir de ese momento? ¿Qué era lo que quería?
Sin embargo, presentía que si lo averiguaba, los cimientos de los que dependía se sacudirían, así que decidió dejar de pensar más de lo necesario para no seguir reflexionando.
—…Ya veo —dijo Arthur con decepción en la voz tras el diagnóstico de su hermano mayor. Parecía que esperaba ese resultado natural de la noche anterior y se sentía abatido por haber terminado en vano.
Al ver el perfil abatido de Arthur, el pecho de Takahito dolía incesantemente. Para Arthur, el sexo de la noche anterior había sido una oportunidad de “apareamiento”. No tenía ningún significado especial…
(Solo fue una tarea…)
Aun en ese momento, por alguna razón, se sentía herido por algo tan natural. Algo andaba mal en él.
Durante todo el día, la historia del día anterior y sus palabras habían flotado en su mente muchas veces y, como un tonto, había estado pensando en ello como un recuerdo especial.
(Soy realmente… un tonto.)
Mientras se mordía el labio, Arthur volteó hacia él.
—Bien entonces.
Su rostro ya rebosaba la habitual autoconfianza de Arthur, y en su corazón, Takahito estaba asombrado de lo rápido que había cambiado de expresión.
Había una gran diferencia entre Arthur y él, quien había sido influido grandemente por “la aventura en la cueva” la noche anterior.
Este era, probablemente, uno de los rasgos de un Alfa: pase lo que pase, no podía dejarse llevar por cosas que no podía controlar y arrastrarlas a la manada.
La fuerza física por sí sola no era suficiente para continuar reinando como Alfa; también se necesitaba fuerza mental.
—No tengo mucho tiempo. Comencemos con la lección.
—¿Lección?
Arthur frunció el ceño ante la mirada desconcertada de Takahito.
—Dije que iba a enseñarte, ¿cierto?
—¿Enseñar?
—A cazar.
—Aaah…
Takahito recordó la promesa.
—Te enseñaré.
—Si no tienes experiencia en cacería, no puedes llamarte un lobo adulto.
(¿Era por eso que había regresado de inmediato sin quedarse allá ni un momento?)
A diferencia del prácticamente «invitado» que leía libros y contaba con la ayuda de Eugene, Arthur tenía trabajo. Mientras trabajaba durante el día, viajaba una distancia considerable para hacerle compañía a Takahito durante la noche; probablemente no tenía tiempo para dormir.
Los días anteriores, en conexión con la luna llena, aunque Arthur no durmiera, probablemente no tendría problemas físicos, pero aun así…
Aún así, cuando Takahito pensó en que Arthur iba especialmente para mantener la promesa, su estado deprimido mejoró.
(¡Cacería!)
Al girar por completo, su tensión aumentó, y cuando comenzó a inquietarse, se sorprendió de su propio interés.
Pero como era de esperarse, no pudo contener su entusiasmo.
Arthur soltó una risilla hacia Takahito, cuyos ojos negros brillaron.
—Realmente estás lleno de curiosidad. Pero no seas tan impaciente. Para empezar, antes de un combate real, es necesaria una clase.
Arthur se quitó el abrigo y Eugene, que lo tomó, se levantó de su asiento diciendo:
—Prepararé té.
Arthur y Takahito se sentaron en los sillones frente a la chimenea.
—¿Qué tanto sabes acerca de cazar?
—…Casi nada. En Japón, actividades como cazar son poco probables.
Mientras Takahito respondía, una ceja de Arthur se levantó y se encogió de hombros con decepción.
—En ese caso, tendré que enseñarte desde lo básico.
En contraste con su voz aburrida, Arthur parecía disfrutarlo.
Gracias a esas casi dos semanas, ahora Takahito había logrado ver que, escondido bajo esa máscara de tirano, Arthur definitivamente tenía corazón.
También se dio cuenta de que, inesperadamente, el hombre estaba lleno de emociones.
Al principio, simplemente se había sentido agobiado por el aura abrumadora del hombre y no había podido acertar lo que pensaba, así que podía llamar aquello un progreso.
—El principio básico es que cazamos mamíferos con pezuñas como ovejas y ciervos —colocando una mano en el brazo del sillón, Arthur comenzó a hablar—. Dado que los lobos salvajes son omnívoros, en ocasiones en que no encuentran presas durante días, cazan ratones y conejos salvajes. Sin embargo, no cazamos para satisfacer el hambre, por lo que he prohibido la destrucción innecesaria de vidas en mi manada. Actualmente, las ovejas son animales domesticados, por lo que nuestro objetivo se limita a los ciervos salvajes. Al cazar ciervos, se conserva una población determinada que ayuda a mantener el bosque en equilibrio.
Gracias a la extinción de los lobos, los ciervos que perdieron a su enemigo natural han aumentado demasiado su población y se han comido los brotes de los árboles.
El colapso del ecosistema montañoso se ha convertido en un problema profundo, algo que Takahito había escuchado incluso en Japón.
Había oído que existen proyectos para traer lobos del extranjero y dejarlos echar raíces en montañas y bosques para restaurar el orden natural.
Hay organizaciones sin fines de lucro en Estados Unidos, y parece que en la práctica ha habido regiones donde la reintroducción de lobos ha sido exitosa.
—Naturalmente, los lobos pueden absorber una gran cantidad de comida a la vez y, almacenando esa energía en sus cuerpos, pueden vivir mucho tiempo incluso sin comer. Gracias a esta habilidad, pudieron vivir bajo circunstancias severas y distribuirse por todo el mundo.
Takahito escuchaba entusiasmado la clase de Arthur.
—Otra razón por la que los lobos pueden vivir bajo circunstancias diversas es su manera de cazar. Nuestros antepasados, basándose en el tamaño de la presa, desarrollaron métodos de cacería adecuados. Por ejemplo, en el caso de presas extremadamente pequeñas como ratones, saltas en arco, fijas a la presa con las extremidades anteriores y le pinchas la punta de la nariz. Luego la tragas tras morderla varias veces. Para presas un poco más grandes, como conejos y cobayas, mientras persigues a la presa que escapa, la presionas contra el suelo con tus extremidades anteriores y la matas mordiendo varias partes.
Si lo pensaba con detenimiento, era una conversación sangrienta, pero la lección de Arthur, respaldada por su experiencia personal, era realmente interesante y Takahito quedaba fascinado.
Sin darse cuenta, comenzó a inclinarse hacia adelante como si fuera a caerse.
—Los cachorros de lobo y los lobos jóvenes muerden el cuello de la presa y la matan meciéndola furiosamente mientras la sostienen con sus mandíbulas.
Eugene regresó al salón y colocó tazas llenas de té negro frente a Arthur y Takahito.
Sin tomar asiento, tomó la bandeja y se retiró en silencio, y justo antes de cerrar la puerta dijo con tono tranquilo:
—Voy a dormir ahora. Buenas noches.
—En el caso de animales medianos, un poco más grandes que conejos, como el corzo y la oveja, se apunta a la región del cuello. Un cazador superior puede derribar a su presa con una mordida. Casi no se derrama sangre y quedan pocas heridas visibles. La presa muere de shock y asfixia.
—Eeh… asombroso.
—Los animales grandes, como alces y ciervos, se cazan en manadas. Un método efectivo es el trabajo en equipo como el de anoche: separarse en dos grupos, con algunos lobos siguiendo desde atrás y otros preparando emboscadas. Derribar una presa grande solo con fuerza puede llevar días, alternando entre dormir y hacer guardia.
—¿Es un sistema de turnos?
—Así es. Así acechas poco a poco a la presa, esperas a que se debilite y la matas.
Con la explicación de Arthur en su oído, Takahito imaginaba a numerosos lobos corriendo por un campo persiguiendo presas. Probablemente hace mucho tiempo, en la época en que aún existían muchos lobos, era algo normal.
—La cacería se divide en varios pasos: encontrar presas, determinar su ubicación, eliminar todo rastro de tu presencia y acercarte a ella. Ayer fallaste en este paso.
Takahito bajó la cabeza señalando su error del día anterior cuando inconscientemente había aullado.
—Como fue tu primera cacería, no se pudo evitar.
Diciendo eso en tono generoso, Arthur continuó:
—Debes prestar atención para que no te noten y llegar a quemarropa. Como la mayoría de los animales son sensibles al sonido, te notarán. Si la presa se paraliza, atácala de inmediato antes de que pueda moverse. Si corre, persíguela. Arrínconala y mátala.
—¿Entendiste lo básico?
—…Sí, la mayor parte.
—Muy bien, ahora es más fácil memorizarlo con la práctica.
Dicho esto, Arthur instó a Takahito a transformarse. Después, se quitó la ropa y también se transformó.
Desde la estructura esquelética humana a la de lobo, la metamorfosis que comenzaba desde las puntas de sus manos continuaba hacia brazos, pecho, cabeza, torso y piernas. Siguiendo el cambio en sus músculos, su cuerpo se cubría de pelaje gris oscuro. Una cola peluda y rígida, hocico saliente, orejas afiladas. Todo su cuerpo robusto, extremidades largas y gruesas, un lobo musculoso y sólido había aparecido.
Los dos lobos se precipitaron hacia la nieve.
Era el día 13 del ciclo lunar, la luna casi llena. A ojos humanos, parecía una moneda redonda. La luz lunar brillaba intensamente sobre ellos y Takahito sintió que el poder en su cuerpo aumentaba.
Su piel de invierno se estremeció, temblando de emoción. Mientras pensaba que estaban a punto de cazar, la emoción de la noche anterior volvió a su mente.
Corrió por el camino privado siguiendo a Arthur y saltó las puertas de acero que habían llegado.
Más allá de la propiedad privada se extendía un bosque profundo.
Arthur, rebosante de confianza, tomó la delantera sin vacilar. Se podía sentir su presunción de conocer el bosque que era su territorio natal.
Corrieron a través del bosque de árboles de hojas puntiagudas que parecían tener varios cientos de años.
Cuando estuvieron a punto de llegar al lugar del día anterior, Arthur redujo la velocidad. Takahito igualó su ritmo.
Como si siguiera el olor de una presa, Arthur trotó y justo cuando pensaban que habían subido una pendiente nevada, bajaron.
Se movían en zigzag entre los árboles.
Finalmente, las orejas de Arthur se pusieron rígidas. El «olor» de la presa que el hombre había sentido primero, Takahito también pudo captar poco después.
—No hagas ningún ruido —Arthur se dio la vuelta y envió una señal con los ojos.
Takahito movió la cola en señal de comprensión.
Imitando los pasos sigilosos de Arthur, ocultó el sonido de sus pisadas.
Avanzaron con paso firme sobre la nieve y, por fin, vieron la figura trasera de su presa.
Escondidos en la sombra de los árboles, Takahito miró y examinó la situación con Arthur.
Era un ciervo, probablemente más pequeño que el del día anterior.
Con la cara hundida en la nieve, movía inocentemente la boca, parecía que comía el brote de una planta que había desenterrado.
Como Arthur había enviado la señal de «adelante», Takahito se distanció manteniendo el cuerpo agachado.
Eludió al ciervo, rodeándolo hasta quedar frente a él.
Contuvo la respiración y esperó el movimiento de Arthur.
Aunque consciente del sonido de su corazón, esperó ansioso el momento de la caza.
De repente, el ciervo levantó la cabeza, moviéndola de izquierda a derecha como si buscara algo.
Como si esperara ese momento, Arthur saltó desde las sombras.
El ciervo, al notar al lobo, dejó escapar un sonido agudo y comenzó a correr.
Venía hacia donde estaba Takahito, quien levantó su cuerpo oculto y aulló mostrando los dientes:
—Uuuu.
—Kii…
El ciervo, intimidado por Takahito, cambió de rumbo.
Pero esta vez Arthur estaba al acecho.
Se interpuso en el camino del ciervo, saltó sobre él desde abajo y le mordió el cuello.
Así derribó al ciervo que temblaba furiosamente y había soltado un grito agudo.
Tras las convulsiones de la muerte, el ciervo se derrumbó sobre la nieve y quedó inmóvil.
La luz desapareció de sus ojos y Takahito supo que había muerto.
Era la segunda vez que presenciaba las acciones de un depredador real, y se sintió abrumado por la intensidad.
Ver a Arthur quitarle los colmillos a la presa hizo que Takahito volviera en sí y corriera hacia su líder.
Tal como lo había explicado, Arthur mató al ciervo con una mordida.
No había casi sangre visible en la boca de la herida.
Era obvio que Arthur era un cazador superior.
El Alfa tenía derechos preferenciales sobre las presas asesinadas.
De acuerdo a la regla, Arthur mordió primero la parte trasera del ciervo.
Mordiéndolo con brusquedad, masticó la carne cruda.
Mientras Takahito miraba con interminable interés la escena de la comida salvaje, Arthur mordió un gran pedazo de carne y lo arrojó frente a él.
Probablemente esperaba que Takahito también comiera.
Takahito movió tímidamente la cabeza cerca de la porción.
Realmente quería probarla, pero era carne cruda que aún tenía pelaje y piel, y también goteaba sangre.
Empujándolo con la punta de su nariz, dudó por un momento, pero al oler la sangre fresca que se elevaba, su cuerpo se calentó.
Desde su interior creció un impulso intenso y, como estimulado, mordió la carne cruda.
Al clavarse los colmillos, el sabor de la sangre fresca se esparció por su boca.
(¡Delicioso!)
Takahito sintió que había despertado un nuevo sentido del gusto.
Desde ese momento, como si enloqueciera, llenó sus mejillas con carne cruda y sangre.
En forma humana, si lo presionaban, diría que tenía poco apetito, pero en esta forma podía comer todo lo que quisiera.
Los lobos pueden absorber mucha comida a la vez y, almacenándola en sus cuerpos, pueden vivir mucho tiempo sin comer.
Recordó que Arthur había dicho eso en la clase anterior.
Realmente sentía que algo salvaje vivía dentro de él.
Cómo suprimir esa parte “lobo” había sido el mayor tema de su vida hasta entonces.
Todo para poder convivir con humanos. Para vivir como humano.
Pero aquí no tenía que hacerlo.
Podía vivir como un lobo.
Era un lugar donde podía ser quien realmente era.
Un sentimiento de liberación invadió su cuerpo.
Las emociones de Takahito crecieron y, levantando la cabeza, comenzó a aullar.
—Uuuu…
Pronto Arthur también reaccionó y se le unió.
—Auuu… Uuuu…
El aullido de Arthur, tan hermoso y sublime, lo hechizó.
Las voces de los lobos se mezclaron y resonaron al unísono en el bosque blanco.
Quería aullar así hacia la luna para siempre.
Debido a esta primera vez de depredación, Takahito, que liberó su verdadero yo sellado, experimentó un sentimiento de exaltación que no había sentido en sus 16 años de vida.
Esa noche, Arthur se quedó en ‘La Casa del Bosque’.
Al entender que Arthur se quedaría, el ánimo de Takahito se volvió inquieto.
—Probablemente estés cansado de tanto correr. Ve a descansar bien.
Sin embargo, el perpetrador, Arthur, le dijo eso sin cambiar el rostro y regresó a su habitación.
Debido a la vaga inquietud de que tal vez Arthur vendría a su habitación bajo el regusto de emoción por haber devorado a su presa, Takahito llegó al amanecer sin haber dormido.
Al final, hasta la mañana siguiente no llamaron a la puerta de su habitación.
Si miraba hacia atrás, después de tomarlo, Arthur le había dado espacio.
Lo más probable es que fuera una consideración tras la carga que había puesto sobre el cuerpo de Takahito.
Al principio, pensó que era absurdo que ese tirano mostrara tanta preocupación, pero ahora podía afirmarlo.
Arthur era uno de esos hombres.
Parecía egocéntrico, pero no era negligente en su consideración hacia otros.
Especialmente hacia alguien como él, que tenía poca experiencia en la vida; sus instintos protectores trabajaban duro.
Pero ahora mismo… esa consideración era irritante.
(Espera, ¿qué estoy diciendo?)
Su rostro se enrojeció ante la voz de su corazón que se había escapado.
¿Por qué pensaba con insatisfacción que Arthur no se había escabullido en su habitación?
(¿Es frustración?)
Aunque era la temporada de apareamiento… sentirse así le parecía tan vergonzoso que quería morir.
Además, quizás no era consideración.
Quizá era solo que el hombre ya no quería seguir tomándolo.
No había razón para pensar que a Arthur le gustara su mismo género.
Tomarlo era su obligación como Alfa.
No era que el hombre lo hiciera por elección…
Fornicar por la «crianza» era una prueba de ello, pero los besos no.
Porque en realidad, el hombre no le agradaba.
(Eso lo entiendo.)
Su compañero era un atractivo hombre adulto de más de 30 años.
Si no fuera por su deber, probablemente no le haría compañía a un niño como él.
Ese era el único valor que tenía.
No había duda que, mientras Arthur se sintiera atraído, podría obtener muchas mujeres hermosas.
Ahora, al enfrentarse a ese hecho, sus sentimientos se hundieron por completo.
(¿Por qué estoy tan deprimido por eso?)
Ni él mismo se entendía.
Sin ganas de cambiarse, Takahito se puso una bata sobre su pijama y caminó de un lado a otro.
Mientras no sabía qué hacer con los sentimientos que lo atormentaban desde la mañana, escuchó que tocaban la puerta.
Las puertas dobles se abrieron y el rostro de Eugene asomó desde la sombra.
—Buenos días. Veo que ya estás despierto.
—…Buenos días.
—Arthur quiere que desayunemos juntos en el comedor.
Invitado alegremente por el rostro sonriente, Takahito asintió.
—Ahh… sí.
Con sus emociones desordenadas, Takahito rehusaba enfrentar a Arthur temprano, pero tampoco tenía razón para negarse.
Se lavó la cara, y al mirarse al espejo, se sintió fuera de lugar.
(¿Mi cara… siempre ha sido así?)
Tenía un rostro pequeño para un hombre, las comisuras de sus ojos levantadas, algo heredado de su abuelo.
Su puente nasal pequeño y labios finos permanecían iguales, pero por alguna razón se veía diferente.
Al observarse, vio que sus ojos negros estaban húmedos y el borde estaba teñido de rojo.
El color de sus labios se había intensificado.
Quizá por eso su impresión parecía diferente.
¿Era efecto de la temporada de apareamiento?
(Me veo… algo lujurioso.)
Al pensar eso, apartó la mirada.
Lavó su cara nuevamente.
Ayer, tras regresar a su habitación y acostarse, el regusto de la caza no había disminuido.
En el silencio mortal de su habitación, solo el sonido de su corazón resonaba con fuerza.
Mientras dormía, se volteaba muchas veces, pero el calor en su cuerpo no se iba; la sensación empeoraba…
Al darse cuenta, acercó la mano a la parte inferior de su cuerpo.
Bajó los pantalones hasta mitad del muslo y tocó su miembro.
Ya estaba medio duro, colgando como si esperara impaciente la mano de Takahito.
Cuando lo agarró, un doloroso entumecimiento se apoderó de su columna vertebral.
Cerró los ojos y se acarició imitando los movimientos de la mano de Arthur.
—Fuu… aaa…
Los recuerdos de la felación de Arthur surgieron en su mente y se engrosó aún más.
Poco a poco su masturbación se volvió más feroz y su respiración se aceleró.
Al final, recordó las palabras que Arthur le susurró y cómo lo sacudió hasta el clímax.
—Aah… Aah…
Su pecho se elevaba con dificultad, las lágrimas se adherían a sus ojos y veía la prueba del deseo carnal en su mano.
(Me estoy… comportando extraño.)
Por supuesto que ya se había masturbado antes.
Como cualquiera, dejaba salir el deseo acumulado al eyacular.
Pero imitar la mano de Arthur, recordar la felación y hincharse mientras revivía el sexo en la cueva… era extraño.
Algo andaba mal.
No importaba la temporada de apareamiento, esto era extraño.
Mientras más pensaba en eso, más se preocupaba, sin poder dormir, y al final amaneció sin pegar ojo.
—…aaah —suspiró profundo recordando la auto complacencia.
Que se hubiera masturbado usando a Arthur como material era algo que no podía dejar que el hombre supiera.
Definitivamente no podía permitirlo.
Se reprendió mientras se cambiaba.
Se puso un suéter azul marino de cachemira sobre una camisa blanca bien entallada y pantalones de lana.
Sus zapatos eran botines de cuero negro.
Esa ropa la había traído Arthur cada vez que lo visitaba.
Eugene dijo que parecían elegidos en la tienda preferida de Londres de Arthur.
La ropa y los zapatos, de su talla, encajaban perfectamente, como hechos a medida.
El suéter era delgado pero cálido y los pantalones de material sólido, ambos de primera clase.
Takahito se sentía incómodo usando cosas tan caras, pero no tenía otra opción.
Al bajar al comedor, Arthur ya estaba en la mesa.
La luz del sol entraba por la ventana y en medio había una mesa para seis cubierta con mantel blanco.
Esa mañana estaba puesta para tres.
Tazas, platillos y vasos con jugo de naranja.
En platos blancos planos se sirvieron huevos revueltos, salchichas hervidas, tomates y brócoli hervido.
En platos más pequeños había rebanadas de pan tostado con mantequilla y mermelada.
El famoso «desayuno inglés».
Arthur se sentó en el asiento de espaldas a la chimenea.
Era la primera vez que Takahito lo veía desayunar así y le parecía extraño.
—Buenos días —saludó Arthur.
Vestía camisa blanca debajo de un suéter negro de cuello en V.
No importaba cuándo lo viera, vestía ropa de buena calidad, ortodoxa pero elegante, por su alto nivel de estilo.
Bajo la luz del sol, Takahito parpadeó como si viera algo deslumbrante.
—…Buenos días.
—¿Dormiste bien?
—…sí.
Takahito mintió de inmediato.
Si decía que no había dormido, tendría que explicar por qué.
—El asiento de Takahito está enfrente de Arthur —dijo Eugene, que preparó una taza de té negro.
Takahito llegó a su lugar, incómodo por tener a Arthur justo enfrente.
Bajó la mirada para evitarlo.
Eugene sirvió té y se sentó junto a Takahito.
El desayuno comenzó.
—¿Cómo estuvo la cacería de ayer?
Dando un sorbo a la taza, Eugene preguntó.
—Derribamos un ciervo juntos —respondió Arthur.
Takahito corrigió rápidamente:
—Eso no es cierto. Arthur lo derribó solo.
A decir verdad, solo tenía derecho a una pequeña parte de la presa.
—No… pude derribarlo porque lo rodeaste y le tendiste una emboscada.
Takahito levantó la cabeza y miró a Arthur a los ojos.
No pudo apartar la vista; esas pupilas ámbar lo tenían cautivado.
Arthur también lo miraba intensamente.
Por un momento, el tiempo pareció detenerse.
Los dos corrían por la nieve bajo la luna, cazando y compartiendo.
Juntos aullaban a la luna.
Varios recuerdos llegaron a su mente…
—Je, eso es increíble para una primera vez —dijo Eugene con admiración, y el tiempo volvió a moverse.
Arthur parpadeó lentamente, liberando su mirada.
—Takahito tiene buena memoria e intuición. Será un buen cazador con experiencia.
Al recibir la certificación del Alfa, la sien de Takahito se calentó y se sintió orgulloso y avergonzado.
—Sí, eso es cierto. Takahito tiene buena cabeza. Aprende rápido —dijo Eugene, acercándose y susurrando—. Arthur rara vez elogia a alguien. Está muy complacido contigo.
Al escuchar eso, su sien se calentó aún más.
(Mi… cara se está poniendo roja, ¿qué hago?)
Ordenó a su corazón que se calmara y fingió tranquilidad, llevando a la boca la salchicha que cortó con un cuchillo.
—Aah… esta salchicha está deliciosa.
—Eso es bueno. Es casera.
La cocina de Eugene había sido buena desde el principio, pero esa mañana parecía especialmente deliciosa.
Probablemente porque el día anterior había estado paseando con Arthur por el bosque.
—Está realmente deliciosa. Las hierbas hacen su trabajo, ¿eh?
—Las hierbas se recogen en verano y se secan. Esta vez añadí tomillo, salvia, hinojo, romero, jengibre, orégano y albahaca…
—¿Le pusiste todas esas hierbas?
—Sabe mejor con muchas.
Quizá porque la comida estaba deliciosa, la conversación entre ellos fue animada.
Pasar tiempo así era nostálgico y por un momento Takahito olvidó que estaba cautivo.
Sería bueno que su tiempo juntos pudiera continuar así para siempre…
De inmediato, Takahito volvió en sí.
(Qué clase de estupidez estoy pensando…)
El sentimiento de culpa que creció en su pecho lo masticó y se lo tragó con la salchicha.
Probablemente era castigo divino por despreciar a su familia, que seguramente lo buscaba con ojos inyectados en sangre…
Después del desayuno, mientras se relajaba en el salón, los oídos de Takahito captaron el sonido de un automóvil acercándose.
Corrió hacia la ventana y vio a hombres altos y bien formados bajando de un auto estacionado en la entrada.
(¡Edgar y Wolfgang!)
Edgar no lo había visitado desde el primer día y Wolfgang desde el incidente anterior.
Al verlos, Takahito comprendió que Arthur se había quedado la noche anterior para reunirse con ellos.
Incluyendo a Eugene, quien no pudo salir, sólo podrían estar completos si se reunían en la «Casa del Bosque».
Arthur y Eugene fueron a recibirlos y Takahito los siguió.
—¿Cómo estás? —Abriendo primero la puerta, Edgar le preguntó a Eugene.
—Todo bien hasta ahora —respondió Eugene con cautela.
—¡Cuánto tiempo sin verte! —dijo Wolfgang, quien entró después, y saludó a Takahito con una sonrisa.
Arthur jaló rápidamente del brazo a Takahito, cuya expresión se había endurecido, y lo puso detrás de él.
Wolfgang resopló.
—¿No son ustedes dos muy armoniosos?
La actitud de Wolfgang mostraba sin rodeos que no pensaba en eso con alegría.
Takahito lo miró desde atrás de Arthur.
—Takahito, sube al segundo piso —le ordenó Arthur sin voltear—. No bajes hasta que yo te llame.
Al recibir la orden estricta, Takahito regresó involuntariamente a su habitación en el segundo piso.
A mitad de las escaleras miró sobre su hombro y vio a las cuatro personas entrando al salón.
Todos entraron y la puerta se cerró con estrépito.
(Bien.)
Dándose la vuelta, bajó las escaleras.
Le habían dicho que se quedara en su habitación, pero probablemente la discusión sería sobre «él».
Estaba ansioso por saber qué tipo de discusión tendrían, por lo que no podía quedarse tranquilo.
Silenciando el sonido de sus pasos, se acercó al salón y pegó la oreja a la puerta de roble.
El efecto insonorizante de la puerta era bueno, pero la cercanía de la luna llena había hecho que su oído fuera más agudo.
Por un momento sintió culpa por escuchar a escondidas, pero cedió a su curiosidad.
—¿Y? ¿Qué tal ese mocoso? ¿Ya concibió? —preguntó Wolfgang.
—Aún no —respondió Eugene, con voz inquieta.
—¡Oye, ya han pasado dos semanas! —Wolfgang alzó la voz.
—¿Ese mocoso es realmente una ‘Eva’? ¿Es posible que no pueda quedar embarazado simplemente con un macho en celo? —presionó en tono de grito.
—El que sugirió que era ‘Eva’ fuiste tú, Arthur —replicó Eugene.
—Si sucede que él no es ‘Eva’…
—¿Y si lo es? —intervino Arthur en voz baja.
Después de una pausa llena de presión, Wolfgang gruñó:
—La familia de ese mocoso es nuestro enemigo.
—No hay necesidad de mantener con vida al hijo de nuestro enemigo. Deberíamos deshacernos de él.
—¡Wolfgang! —la intimidación de Arthur sacudió el aire y se hizo una calma mortal al otro lado de la puerta.
El lugar estaba tan lleno de tensión que se podía sentir desde afuera.
Finalmente, como empujado por la presión, Wolfgang llamó en voz baja:
—Arthur.
—¿Podría ser realmente que ese mocoso removió tus sentimientos? ¿Ya olvidaste la humillación que nos hicieron hace 17 años?
—Es porque Arthur no participó en ese ataque —interrumpió Edgar con tono frío.
—Edgar, ¿qué opinas? —preguntó Wolfgang.
—En todo caso, después de que nazca el niño, deberíamos deshacernos de él —respondió Edgar.
—¡Edgar! —Eugene reprochó en voz alta.
—Estará bien si nosotros criamos al niño cuando nazca. Dejarlo vivir aumentaría la dificultad. Debemos arrancar la raíz del problema de antemano.
—También estoy de acuerdo. ¡Ya que si lo regresáramos a Japón seguiría siendo problemático! —Wolfgang aprobó con voz alegre.
Probablemente no encontraron oportunidad para refutarlo.
Arthur y Eugene quedaron en silencio.
Takahito se apartó de la puerta y regresó por donde vino.
En su cabeza solo resonaba la sentencia de muerte que acababa de escuchar:
—En todo caso, después de que nazca el niño, deberíamos deshacernos de él.
Si daba a luz, lo matarían. Si no, eventualmente también.
Poco a poco, Takahito palideció, sus pies se tambalearon y subió las escaleras a trompicones.
Casi se cayó, pero logró aferrarse a la barandilla.
En cualquier caso, no podía avanzar.
Si se quedaba, solo esperaría la muerte…
Para sobrevivir, debía huir lo antes posible.