Cómo enamorarse del villano
Capítulo 7
Mientras Jiang Yu pensaba en cómo cumplir con su misión, Ya Qi estaba completamente abrumado, paseando de un lado a otro en su habitación con un manojo de hierbas en las manos. Su rostro pasaba de rojo a pálido en segundos, reflejando su batalla interna entre la timidez y la vergüenza.
—¿Vas a llevarle las hierbas a Qi o no? —le preguntó su padre, con una mezcla de paciencia y diversión.
Al ver el rostro tan conflictuado de su hijo, no pudo evitar reír.
—¿De verdad estás tan nervioso por entregarle unas medicinas? Vamos, no es para tanto. Solo dáselas y ya.
Ya Qi quiso negar cualquier otra intención, pero la verdad era que lo que su padre decía tenía sentido. Sentía algo por Qi. Lo admiraba profundamente, y comparado con él, su cuerpo débil y naturaleza de quimera lo hacían sentir insignificante.
—Pero yo solo soy una quimera… y él es tan sobresaliente —murmuró Ya Qi, casi inaudible.
Su padre lo miró con seriedad, posando la mano con ternura sobre su cabeza.
—Eso no es algo que tú puedas decidir. Si le gustas o no, solo lo sabrás si lo intentas. Mira a Ya Suo, también quimera, y terminó con el líder de la tribu. ¿No lo admiras tú también?
—¡Claro que sí! Es increíble —respondió Ya Qi con rapidez.
—Entonces, ¿por qué dudas tanto? ¿Acaso crees que Ya Suo no era lo suficientemente bueno para el líder?
Ya Qi abrió los ojos con sorpresa, y luego negó con fuerza.
—¡No! ¡Jamás!
Su padre sonrió.
—Entonces tampoco digas que tú no lo eres. Los quimeras también somos importantes. Tal vez no podemos tener muchos hijos como las hembras, pero tenemos fuerza, sabiduría y habilidades. Puedes convertirte en un excelente sanador, alguien a quien los cambiaformas respeten y necesiten. No te menosprecies. Tienes motivos para estar orgulloso de lo que eres.
Las palabras de su padre tocaron algo profundo en el corazón de Ya Qi. De pronto, se sintió emocionado, al borde de las lágrimas.
—¡Haré mi mejor esfuerzo, papá! No te decepcionaré.
—Ese es mi chico —dijo su padre, frotándole la nariz con afecto—. Entonces, ¿qué haces aún aquí?
—¡Voy ahora! —respondió Ya Qi con determinación, y salió corriendo.
Apenas cerró la puerta, su padre suspiró con una mezcla de orgullo y resignación.
—¿Solo tiene siete años y ya le gusta ese niño? Cuando yo tenía su edad, todavía jugaba con barro…
Con las hierbas en la mano, Ya Qi se paró frente a la casa de Qi. Estaba claramente nervioso, pero se obligó a levantar la mano y tocar la puerta.
Era tradición entre los cambiaformas y las quimeras que, al cumplir catorce años, se mudaran a su propia casa. Qi se había trasladado hacía apenas un mes, por lo que aún no se acostumbraba del todo.
Cuando la puerta se abrió, Ya Qi casi olvidó cómo hablar. Sus manos temblaban ligeramente mientras extendía las hierbas.
—E-esto es para ti… —dijo, tartamudeando.
Qi lo miró con indiferencia.
—¿Qué es?
—Vi que ayer estabas herido… estas hierbas ayudan a sanar rápido si las mueles y aplicas en la piel…
Hablaba cada vez más bajo, pero intentaba sonar confiado.
Qi observó el manojo sin tomarlo. Luego, dijo con frialdad:
—Espera aquí.
Y cerró la puerta, dejando a Ya Qi plantado en la entrada.
Ya Qi bajó la mirada hacia las hierbas aún en sus manos. Se sentía dolido. No había sido rechazado, pero tampoco aceptado.
De repente, una voz desagradable sonó a sus espaldas:
—¿Tú otra vez? ¿Tan descarado eres que vienes a ver al Hermano Qi?
Era Ya An. Su rostro reflejaba puro desprecio. Ya Qi se tensó. Recordaba todas las veces que lo había intimidado.
Su instinto le gritaba que corriera. Pero las palabras de su padre le resonaban en la cabeza. No podía seguir huyendo.
Respiró hondo y levantó la vista.
—No tengo nada que esconder —dijo con voz firme.
Ya An lo miró, sorprendido por la falta de miedo.
—¿Con qué derecho le traes medicina a Qi? ¿Sabes siquiera lo que haces? ¿Y si lo enfermas más? ¡Nos haces quedar mal a los quimeras!
Y sin previo aviso, le arrebató las hierbas de las manos.
—Esto es basura. Déjame deshacerme de ella por ti.
Ya Qi reaccionó por instinto. No podía permitir que destruyera algo que él mismo había preparado con tanto esfuerzo. Por primera vez en su vida, empujó a Ya An con fuerza.
El otro chico cayó al suelo, con las palmas sobre unas piedras afiladas. Empezó a llorar de dolor, y Ya Qi, aún en shock por lo que había hecho, corrió hacia él.
—¿Estás bien?
Ya An lo rechazó de inmediato, sollozando aún más fuerte. En ese momento, la puerta se abrió.
Qi estaba ahí, mirando la escena en silencio.
Ya Qi se paralizó. No quería que Qi pensara que era violento o impulsivo. Su garganta se cerró y no supo qué decir.
Ya An aprovechó el momento:
—¡Me golpeó! Solo quería ver las hierbas y me atacó.
—¡No es cierto! —protestó Ya Qi, con los ojos al borde de las lágrimas.
—¡Si no fue así, entonces qué fue! ¡Te voy a denunciar! ¡Seguro que te echan de la tribu!
Ya Qi empezó a entrar en pánico. Sus manos temblaban.
Pero entonces, sintió una mano en su cabeza.
Qi lo miraba con seriedad, y le dio unas suaves palmaditas.
—Tranquilo. Cuéntame lo que pasó, con calma.
Ya Qi lo miró, y sintió cómo el miedo comenzaba a disiparse. Las palabras amables de Qi eran como un bálsamo.
—Yo… solo quería proteger las hierbas… él iba a tirarlas…
Qi observó a ambos. Luego, ignorando a Ya An, tomó las hierbas del suelo y entró en su casa.
No dijo nada más. Pero ese gesto, tan simple, le devolvió la paz a Ya Qi.