Carro de panqueques
Capítulo 19
—¡Rápido, escóndete en el armario! —Huang Hai empujó a Lu Lu dentro de su habitación.
—¿Por qué tengo que esconderme? —preguntó Lu Lu con el ceño fruncido.
—Mira esos labios tuyos. Si él malinterpreta y piensa que fui yo quien te los dejó así, ¡no podría limpiarme ni saltando al Río Amarillo!
Lu Lu se tocó los labios aún hinchados por los besos de Yin Liang, y, algo escéptico, accedió a meterse en el armario.
Huang Hai se recompuso y salió a abrir la puerta. Di Zang estaba allí, con una chaqueta de tiro con arco, y unos protectores metálicos y de cuero cubriendo los dedos centrales de su mano derecha. Al entrar, se quitó los botines con arrogancia.
—¿Hay alguien más en casa? —preguntó, levantando la vista—. Escuché voces hace un momento.
—N-nadie —respondió Huang Hai, claramente nervioso—. ¿Por qué estás aquí?
—Estaba pensando en ti —dijo Di Zang sin suavidad—. Pensando en lo que dijiste sobre que los extranjeros somos demasiado abiertos. Vine a preguntar: ¿exactamente de qué manera soy demasiado abierto?
Justo eso era lo que Huang Hai quería evitar. Cambió rápidamente de tema:
—Eh… ¿qué es eso que traes en las manos?
Di Zang agitó los protectores.
—Son de tiro con arco. Estuve practicando y disparé unas setenta flechas, pero no acerté ni una. Así que, sin quitarme el equipo, vine directo aquí.
«Está acumulando rabia», pensó Huang Hai mientras retrocedía instintivamente.
—T-toma asiento, voy a traerte algo de beber…
—No hace falta —dijo Di Zang, sujetándolo del brazo—. Ven acá.
Huang Hai se sonrojó de inmediato. Di Zang lo jaló hacia sí y comenzó a hablar con seriedad:
—Soy Di Zang, tengo veinticuatro años. Tuve dos novias antes, pero nunca un novio. No tengo pasatiempos raros, soy saludable, optimista, sin enfermedades. Mido uno noventa y uno, peso setenta y cinco kilos. No lo he medido antes, pero seguro son más de veinte centímetros. Si no estás seguro, podemos medirlo ahora.
Huang Hai quedó perplejo. Lo miró sin poder reaccionar, cada vez más rojo. El corazón le latía desbocado, la lengua se le entumecía y la pantorrilla temblaba.
—G-gran pecho ge…
—¿Hm?
—Quiero decir, Zang-ge… —miró los músculos que se acercaban—. Mírame, soy joven, tengo un sistema inmune débil. Hay demasiadas diferencias entre nosotros: altura, peso… longitud. Por favor, deja de intentar atraparme.
Justo entonces, un ruido sordo vino del dormitorio. Di Zang frunció el ceño y dirigió su mirada hacia la habitación. Huang Hai lo siguió rápidamente, sintiendo escalofríos por todo el cuerpo. Di Zang se encaminó directamente al armario.
Cuando estaba a punto de abrir la puerta, Huang Hai gritó:
—¡Zang-ge!
Era obvio que alguien se escondía allí. Di Zang lo miró con frialdad.
—Si no te gusto, solo dilo. Pero no juegues conmigo.
Y justo después de decir eso, giró para marcharse.
La mente de Huang Hai se quedó en blanco. Se apresuró a bloquear la puerta y, de un empujón, la cerró.
—¡No es eso! Pecho grande-ge, me gustas. Por eso es que… te tengo miedo.
Di Zang, al escuchar “pecho grande-ge” de nuevo, esbozó una sonrisa sexy.
—¿Te gusta mi pecho, verdad?
—¿A quién le importa lo que me guste? —gruñó Huang Hai, dando un paso hacia él—. Eres guapo, tomas buenas fotos, me tratas bien, solo que…
Huang Hai bajó la mirada, incapaz de continuar. Di Zang lo jaló hacia sí, lo presionó contra el armario, sabiendo perfectamente quién estaba dentro, y usó su torso para apretarlo aún más.
—¿Solo eso? ¿No decías que no te gustaban los extranjeros? Soy mestizo. Hice méritos especiales y obtuve la nacionalidad china.
—¡Eres miembro de una tríada! El país debe estar ciego para aceptarte… —murmuró Huang Hai, y añadió con vergüenza—. Tenía miedo de no poder resistirme a ti. Que todo avance demasiado rápido, y que… duela.
En el interior del armario, Lu Lu estuvo a punto de escupir sangre. Miró por la rendija de la puerta. Di Zang era realmente guapo, con una figura increíble y un pecho… descomunal.
Y la forma en que miraba a Huang Hai, como si no pudiera vivir sin él en ochocientas vidas, lo encendía.