Buena suerte en el año del cerdo

Capítulo 2


El ciclomotor surcaba la lluvia nocturna. Lu Ying entregó pedidos durante una hora antes de poder tomar un respiro y regresar a la pizzería, donde su hijo jugaba con bloques mientras esperaba el siguiente encargo. El pequeño, que hasta entonces había sido muy obediente, de repente suspiró. Lu Ying, al oírlo, supo que Zaizai tramaba algo.

—¿Qué pasa? —preguntó con una sonrisa.

—Te dije hace tiempo que no hicieras fideos. Son ricos, pero me da hambre otra vez —respondió el niño, bajito.

Lu Ying resopló:

—Tantas excusas para querer comer. Anda, dime qué se te antoja.

Zaizai olfateó y murmuró:

—La pizza del jefe huele tan bien… creo que debe ser deliciosa.

Lu Ying frunció el ceño y le susurró al oído:

—Pequeño tonto, ¿cómo va a ser más rica la pizza que nuestros guokui? Solo que los extranjeros no saben hacer nuestras tortitas, así que inventaron las suyas. Papá te comprará dos, una dulce y otra salada.

Por supuesto, tanto la pizza como los guokui eran sabrosos, pero la pizza costaba mucho más.

Lu Ying fue a comprarlos y se los entregó al niño. Dos por ocho yuanes. No era barato. El precio del guokui se había duplicado en los últimos años. Al ver cómo todo subía mientras su cartera seguía igual de vacía, no podía sino sentirse… triste.

De no ser por sus múltiples trabajos, vivir en la ciudad sería imposible. Afortunadamente, gracias a su esfuerzo, podía permanecer con su hijo. Zaizai estaba inscrito en un buen jardín de infantes y, en septiembre del próximo año, ingresaría a la escuela primaria, lo cual era una prioridad para Lu Ying al traerlo de las montañas a la ciudad.

El jardín de infantes era opcional, pero la primaria formaba parte de la educación obligatoria. Sin embargo, en su pueblo natal, la escuela era tan deprimente que apenas tenía seis estudiantes y un maestro. La mayoría de los padres responsables enviaban a sus hijos a estudiar fuera, y Lu Ying no podía permitir que Zaizai creciera en un ambiente así. Solía trabajar en la ciudad durante el día y, por las noches, volvía con el niño a la aldea, donde el abuelo Lu los esperaba. Pero ese vaivén diario les hacía perder demasiado tiempo.

Si el abuelo Lu aún estuviera vivo, Zaizai tendría con quién quedarse cuando él trabajaba.

A las diez de la noche, tras terminar su jornada, regresaron a casa. El niño ya dormía, y ambos compartían una cama de metro y medio. Era suficiente, cálida y cómoda. Lu Ying programó el despertador y se acostó para descansar.

A las 3:30 a.m., despertó con el primer pitido del teléfono. Se levantó ágilmente, se alistó en diez minutos, acarició la mejilla redonda y dormida de su hijo, cerró la puerta y salió para su primer turno.

A esa hora, las calles estaban casi desiertas, salvo por unos cuantos autos y los trabajadores de limpieza. El trabajo era agotador y sucio, rechazado por los jóvenes. Pero Lu Ying no era exigente y estaba agradecido con la tía Wang del comité comunitario que le había conseguido el empleo. Aunque era un puesto temporal, sin posibilidad de contrato fijo y con horarios pesados, el trabajo acababa cuando las calles quedaban limpias antes de que amaneciera.

Le gustaba ese empleo. Primero, porque solía terminar rápido, en dos a cuatro horas, y después podía llevar a su hijo al jardín y trabajar en el centro comercial desde las nueve. Segundo, porque no debía interactuar con demasiadas personas. Y tercero, porque, en términos de ingresos, era rentable. Combinando sus tres empleos, ganaba más de diez mil yuanes al mes. No tenía hipoteca ni deudas, y, salvo los gastos escolares de Zaizai y lo esencial, ahorraba para el futuro de su hijo.

Su mayor deseo era que Zaizai creciera sano, estudiara y llegara a la universidad, para ganarse la vida y encontrar su lugar en la sociedad humana.

Él mismo nunca fue a la escuela. Todo lo que sabía de lectura y cálculo se lo enseñó el abuelo Lu. Ni siquiera tenía un certificado de primaria. No era especialmente listo ni elocuente, por lo que sus opciones laborales eran escasas. Pero su hijo tenía suerte. Y por eso, aunque casi no descansaba, Lu Ying estaba motivado.

Pensaba que, cuando Zaizai pudiera valerse por sí mismo, él podría estudiar en una escuela nocturna o una universidad para adultos. El hermano Yang decía que el estudio era fundamental: solo quienes aprendían desde pequeños podían ser útiles para la sociedad. Lu Ying, tras casi diez años de vida en la montaña, había entendido que, sin educación, todo camino se cerraba. Era difícil hallar trabajo, y más aún evitar burlas. Antes no le daba importancia; mientras tuviera comida, bastaba. Pero después de experimentar alegría, tristeza y esfuerzo, empezaba a entender lo que significaba ser humano.

En resumen: ser humano es difícil.

El domingo, Lu Ying trabajaba como siempre.

Zaizai, sin jardín, no tenía adónde ir. Dejarlo solo no era buena opción, así que aprovechaba una zona de juegos infantiles en el quinto piso del centro comercial. Tenía una tarjeta de descuento desde su inauguración. Cada fin de semana dejaba allí al niño, comían juntos al mediodía y lo recogía al salir. Era cómodo.

Ese día no tuvo que pasar por el jardín. A las cuatro, tras terminar su jornada, fue directamente al quinto piso:

—Zaizai, papá te llevará al supermercado a comprar cosas ricas.

El niño, rojo de tanto jugar, saltó emocionado:

—¡Sí, sí, quiero gelatina, galletitas de pescado, bombones de cerdito, naranjas enlatadas…!

—Dependerá de si hay ofertas —rió Lu Ying, acariciando su rostro sudado antes de preguntar a la encargada—. Hermana Xiao Li, ¿se portó bien hoy?

Xiao Li, una mujer de unos cuarenta años, sonrió con calidez y le dio unas palmaditas al niño:

—¿Cómo va a portarse mal? Tu Zaizai es muy bueno. Juega solo o cuida de los más pequeños. Es raro ver a un padre tan joven criar tan bien a su hijo.

Lu Ying sonrió con orgullo:

—Yo casi no tengo tiempo para enseñarle. Es mérito del abuelo, que le dio una buena base.

Era cierto. Desde que nació, el abuelo Lu había criado al niño, mientras él trabajaba para comprarle leche. Solo podía verlo por las noches. Incluso ahora que vivían juntos, seguía sin tener mucho tiempo para compartir.

La hermana Xiao Li, conocedora de su situación, suspiró:

—No es fácil para ti, pero eres trabajador y el niño es obediente. Las cosas mejorarán.

Lu Ying agradeció las palabras y se despidió. Xiao Li los vio alejarse con ojos llenos de ternura. Admiraba a Lu Ying, un joven diligente con una apariencia tan atractiva que parecía salido de una ilustración. Había intentado encontrarle pareja, pero era complicado: sin familia, sin educación, sin propiedad. Cuando por fin halló dos candidatas, Lu Ying se negó. No quería casarse de nuevo.

Subió al ascensor con su hijo y presionó el botón del piso -1, donde estaba el supermercado. En el cuarto piso, entraron varios empleados con trajes. Entre ellos, la gerente Zhang, su jefa directa.

Qué mala suerte, pensó Lu Ying.

Zhang, de unos treinta años, casada y competente, lo saludó:

—¿Fuera del trabajo?

—Sí —respondió él, incómodo.

Nadie más dijo nada. Afortunadamente, bajaron en el segundo piso.

Al llegar al supermercado, Lu Ying recibió un mensaje. Al abrirlo, suspiró: la gerente Zhang lo invitaba, otra vez, a ver una película de medianoche. No era la primera vez que lo hacía. Desde su llegada, había intentado “invitarlo” varias veces. Situaciones como esa eran comunes. Por eso Lu Ying cambiaba de trabajo con frecuencia.

Se frotó la barbilla con resignación y le preguntó a su hijo:

—Zaizai, ¿no crees que papá es guapo y encantador?


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