Transmigré para convertirme en el concubino del tirano

Capítulo 5


Wen Chi estaba bastante seguro de que no conocía a aquella mujer.

De hecho, en todo ese enorme palacio, aparte de Ruo Fang, Ruo Tao y Ping An, solo había tenido contacto con el príncipe. ¿Acaso esto era ya la temida pelea del harén?

Su corazón dio un vuelco y, por un instante, sintió que se le detenía la respiración.

Antes de que pudiera decir una palabra, la mujer ya se le había acercado. Lo miró con ojos grandes, brillantes como los de un ciervo, y le sonrió con familiaridad.

—Vine al Palacio del Este el día anterior y visité al Maestro Wen —dijo dulcemente.

Wen Chi miró alrededor; todos los presentes le eran desconocidos. Se esforzó por recordar, pero no halló ningún rostro familiar. Aunque la mujer era hermosa, su expresión le resultaba por completo ajena.

—Lamentablemente, no lo encontré, así que solo pude observarlo desde lejos. Cuando vi su espalda, me pareció familiar, y por eso me acerqué —agregó ella con una sonrisa tímida.

Wen Chi suspiró en silencio, aliviado, aunque seguía sintiéndose tenso. Por un momento pensó que lo había confundido con alguien más o que estaba fingiendo conocerlo.

—Mi nombre es Yue Shan —se presentó ella—. Parece que el joven maestro Wen está un poco preocupado.

—Sí —respondió Wen Chi, bajando la mirada—. Tengo asuntos que atender, así que no podré quedarme. Pueden seguir conversando.

Se giró para marcharse, pero apenas había dado un par de pasos cuando Yue Shan volvió a llamarlo:

—Maestro Wen, espere un momento.

Wen Chi se detuvo, y ella continuó:

—Por casualidad, traje algunas cosas buenas que quería entregarle. Ya que no vino con sirvienta ni eunuco, ¿por qué no me permite acompañarlo? Así podremos charlar un rato.

Wen Chi giró el cuello rígidamente.

—¿Qué es?

Yue Shan parpadeó misteriosamente.

—Lo sabrá cuando lleguemos.

Wen Chi no tuvo más remedio que seguirla. A juzgar por la actitud de los presentes, Yue Shan tenía un estatus alto. Varios parecían molestos por su partida, y uno de los jóvenes le lanzó una mirada hostil.

Wen Chi, sin saber cómo reaccionar, le sonrió cortésmente. El chico se enfureció como un pez globo, listo para atacarlo, pero Yue Shan lo fulminó con la mirada:

—Yue Gui.

Su voz dulce se tornó gélida de inmediato:

—No seas grosero.

Yue Gui se quedó paralizado. Bajó la cabeza como una berenjena marchita y se calmó al instante.

Ya alejados, Yue Shan explicó:

—Yue Gui es mi hermano menor. Entramos al palacio juntos, en días consecutivos.

Wen Chi entendió. No era de extrañar que sus nombres fueran tan similares. Pero lo que le causaba incomodidad era otra cosa…

¿El príncipe quiere a los dos hermanos? Qué… bestial.

Después de caminar un buen rato, llegaron al patio de Yue Shan. Era similar a Zhudiju, sencillo y decorado con flores. El aire estaba impregnado de una suave fragancia floral.

Wen Chi se sentó. Poco después, Yue Shan regresó del interior con una pequeña caja de madera.

—Este té lo trajo un viejo amigo de mi padre desde Xizhou. Dicen que es muy fragante, pero yo no entiendo mucho de estas cosas. Sería un desperdicio dejarlo aquí —comentó, entregándole la caja.

—Si al Maestro Wen le gusta el té, también puedo ofrecerle algunas flores.

Wen Chi no era aficionado al té, pero ella se lo ofrecía con tanto entusiasmo que rechazarlo habría sido grosero.

—Gracias —dijo al tomar la caja.

—El Maestro Wen es muy amable —respondió ella con una sonrisa.

Wen Chi se levantó, listo para marcharse. Yue Shan insistió en acompañarlo, pero él se negó educadamente. A medida que se acercaban a Zhudiju, ella finalmente accedió a dejarlo ir, aunque con evidente desilusión.

Algo en esa calidez desmedida le resultaba extraño. En el palacio, la prudencia era vital.

Pero justo cuando pensó que el encuentro había terminado, notó que los ojos de Yue Shan se enrojecían. En un instante, las lágrimas comenzaron a fluir, cubriendo su rostro.

—¿Yue… Yue Shan?

—¡Maestro Wen! —sollozó, arrodillándose de repente. Se acercó arrastrándose y le sujetó el dobladillo de la ropa—. Por favor, ayúdeme. Estoy desesperada. No sé a quién más recurrir…

Wen Chi, completamente desconcertado, intentó retroceder, pero Yue Shan lo sostuvo con fuerza.

—¿Qué estás haciendo? Levántate —dijo nervioso, tratando de zafarse.

—Maestro Wen, ¿podría ayudarme a transmitir unas palabras al príncipe? Solo usted puede hacerlo —rogó entre lágrimas—. En todo el palacio, Su Alteza solo ha visitado su habitación. Todos los demás deseamos verlo, pero es imposible.

Wen Chi quedó estupefacto.

—¿De qué estás hablando?

—Desde que supe que algún día me casaría con Su Alteza, lo he considerado mi esposo. Aunque estemos lejos, cada noticia sobre él conmueve mi corazón. Entrar al palacio me llenó de ilusión, pero todo se volvió decepción. No imaginé que ver a Su Alteza sería tan difícil… —dijo entre sollozos.

Wen Chi ya no sabía qué responder. Hermana, te estás pasando con el drama.

De pronto, una tos seca interrumpió la escena.

Yue Shan se congeló. Luego, se giró lentamente y vio una silla de ruedas.

A la luz del día, el rostro quemado de Shi Ye era aún más espeluznante.

Temblando, Yue Shan levantó la vista y, en lugar de miedo, mostró sorpresa y felicidad:

—¡Su Alteza! ¡Su Alteza!

Wen Chi retrocedió de inmediato, deseando volverse invisible.

Era evidente que Yue Shan había planeado todo: el encuentro en el pabellón, la caminata, la despedida… todo para coincidir con el paso de Shi Ye.

Y él no era más que una herramienta.

Shi Ye se inclinó levemente en su silla de ruedas, observando la escena con una expresión divertida, como un gato que mira a su presa.

—Ven aquí —ordenó, haciendo un gesto con el dedo.

Yue Shan se levantó emocionada, pero apenas lo hizo, una voz aguda gritó:

—¡Atrevida!

El eunuco junto a Shi Ye la reprendió. Ella, presa del pánico, volvió a arrodillarse.

—Concubina culpable —musitó, temblorosa.

Avanzó de rodillas hasta la silla de ruedas y levantó el rostro con cautela.

—¿Querías verme? —preguntó Shi Ye con su voz suave y engañosa.

—Entré al palacio para servir a Su Alteza. Si puedo verlo, moriré sin remordimientos —respondió ella con firmeza.

Shi Ye acarició su barbilla con un dedo y deslizó la mano por su cuello, tal como había hecho con Wen Chi.

—¿Y si este palacio te ordena morir? —preguntó con una sonrisa inquietante.

—Moriré sin arrepentimiento —afirmó Yue Shan, segura.

Pero justo cuando sus palabras aún resonaban, Shi Ye enseñó los dientes con una risa escalofriante:

—Ya que deseas tanto morir, este palacio te lo concederá.

Y apretó.

Antes de que pudiera reaccionar, el cuello de Yue Shan se torció con un sonido seco. Cayó al suelo, muerta.

—Basura —murmuró Shi Ye, sacudiendo la mano mientras su cuerpo yacía inerte a sus pies.

Wen Chi observó todo con el corazón helado y la ropa empapada en sudor frío.


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