Cómo enamorarse del villano
Capítulo 5
Después de eso, Jiang Yu comenzó a visitar frecuentemente la casa de Mu.
El lugar era sencillo y algo descuidado. La madre de Mu había muerto hacía años, y su padre pasaba la mayor parte del tiempo fuera, entrenando o cazando. Era evidente que no se preocupaba por su hijo más allá de lo estrictamente necesario.
Cuando Jiang Yu entró por primera vez, quedó en silencio al ver el interior: las paredes agrietadas, los muebles gastados, el aire un poco húmedo.
—¿Vives solo? —preguntó.
Mu asintió, mientras limpiaba con un trapo una mesa para que Jiang Yu pudiera sentarse.
—Mi padre no se queda mucho tiempo en casa.
—¿Y tú cocinas?
—Sí.
—¿Comes bien?
Mu lo miró con una ceja alzada.
—¿Desde cuándo te preocupas por eso?
—Desde que somos amigos.
Mu se detuvo.
—¿Somos amigos?
—¿No lo somos?
Mu lo pensó un momento.
—Supongo que sí.
Jiang Yu sonrió ampliamente.
—¡Entonces, como tu amigo, voy a hacerte de comer hoy!
Mu se quedó estupefacto al verlo levantarse y dirigirse con naturalidad hacia la cocina.
—Oye, ¿quién te dijo que podías…?
—¡Shhh! ¡Confía en mí! Te haré el mejor guiso que hayas probado.
—Nunca has cocinado en tu vida.
—¡Eso crees tú! Solo espera.
Mu lo observó con expresión entre divertida y resignada mientras Jiang Yu revolvía lo poco que había en la alacena.
Un rato después, la casa se llenó de un aroma cálido. Jiang Yu, con la frente sudada, sirvió dos platos humeantes.
Mu lo miró con desconfianza.
—¿Qué es esto?
—Comida.
—¿Comestible?
—¡Claro que sí!
Mu tomó una cucharada y probó con cautela. Luego otra. Y otra.
Jiang Yu lo miraba expectante.
—¿Y?
Mu tragó lentamente y dijo:
—No está mal.
Jiang Yu alzó los brazos como si hubiera ganado una competencia.
—¡Sabía que podía hacerlo!
Mu bajó la mirada, ocultando una sonrisa.
Tal vez, pensó, sí valía la pena tener un amigo.
Después de esa primera comida improvisada, Jiang Yu comenzó a visitar la casa de Mu casi todos los días.
A veces cocinaban juntos; otras, simplemente hacían los deberes en silencio. Jiang Yu se acostumbró a limpiar un poco al llegar, a ventilar las habitaciones y, de paso, a dejar frutas o pan que tomaba de su casa.
Mu no decía nada, pero tampoco lo detenía. Había algo reconfortante en la presencia constante de Jiang Yu. Una calidez que no recordaba haber sentido en mucho tiempo.
Una tarde, mientras Jiang Yu limpiaba una ventana, Mu le preguntó:
—¿Por qué lo haces?
—¿Hacer qué?
—Esto. Venir aquí, ayudarme, quedarte conmigo.
Jiang Yu se volvió hacia él, apoyando el trapo húmedo sobre el alféizar.
—Porque me importas.
Mu lo miró en silencio.
—¿Y si no te correspondiera?
—No estoy esperando que lo hagas —respondió Jiang Yu, encogiéndose de hombros—. Pero si alguna vez quieres hacerlo, estaré aquí.
Mu desvió la vista hacia la ventana.
—Eres raro.
—Tú también.
—¿Y eso no te molesta?
—Para nada.
El silencio se instaló entre ellos por unos segundos.
—Jiang Yu…
—¿Sí?
—Gracias.
Jiang Yu sonrió.
—De nada.
Unos días después, el clima empeoró. Llovía sin cesar, y el viento era tan fuerte que hacía crujir los tejados. Muchas casas de la tribu tuvieron que ser reforzadas, y se suspendieron las clases al aire libre.
Jiang Yu, preocupado, corrió hasta la casa de Mu bajo la lluvia. Al llegar, lo encontró empapado, reparando una ventana con un trozo de madera improvisada.
—¡Estás loco! —gritó, entrando sin aliento—. ¡¿Por qué no me esperaste?! ¡Te vas a enfermar!
Mu, con el cabello mojado pegado al rostro, lo miró sorprendido.
—¿Qué haces aquí?
—¡Vine a ayudarte, por supuesto!
—Está lloviendo a cántaros.
—¿Y qué? ¡No te voy a dejar solo con esta tormenta!
Mu bajó la mirada y murmuró:
—Gracias por venir.
Jiang Yu dejó caer su capa empapada al suelo.
—Vamos, termina con eso. Después vamos a secarnos y te haré sopa caliente.
—¿Sopa otra vez? —preguntó Mu, fingiendo fastidio.
—¡Claro! ¡Hoy toca sopa de jengibre con batata!
Mu sonrió. Una sonrisa auténtica, cálida, llena de vida.
—Entonces apúrate, chef.
La lluvia continuó toda la noche, pero dentro de la casa de Mu, el ambiente era cálido y tranquilo.
Jiang Yu había encendido el fuego, y ambos estaban sentados frente a él, envueltos en mantas. El aroma dulce de la sopa llenaba la habitación. Las sombras del fuego danzaban sobre las paredes, creando un ambiente íntimo y acogedor.
—¿Te sientes mejor? —preguntó Jiang Yu, ofreciéndole un cuenco humeante.
Mu asintió y tomó el cuenco con ambas manos.
—Gracias.
—Deja de decirlo tanto —bromeó Jiang Yu—. Lo haces sonar como si yo fuera un héroe.
—Tal vez lo seas un poco —murmuró Mu, casi inaudible.
Jiang Yu se giró para mirarlo. Mu no lo miraba, concentrado en soplar su sopa, pero sus orejas estaban ligeramente rojas.
El corazón de Jiang Yu dio un pequeño vuelco.
—Mu…
—¿Qué?
—Estoy feliz de estar contigo.
Mu alzó la vista. Por un momento, sus ojos se encontraron en silencio.
—Yo también —dijo al fin, con voz muy baja.
Esa noche, cuando Jiang Yu se quedó dormido acurrucado junto al fuego, Mu se quedó despierto un poco más, observándolo.
Su respiración era suave, su rostro tranquilo, como si no tuviera ninguna preocupación.
Mu alzó una mano y la detuvo a centímetros del rostro de Jiang Yu, sin atreverse a tocarlo.
—¿Qué voy a hacer contigo…? —susurró.
Afuera, la tormenta comenzaba a amainar.
Y en el interior, por primera vez en mucho tiempo, Mu sintió que tenía un refugio real.